
Ocho tragaperras y un corazón solitario
En Venecia hay un pequeño café atendido por un pequeño hombre –el desesperado Tráppolo, al que Jesús Barranco aporta ternura y gran fuerza cómica–, al que van a parar con sus infortunios los personajes que derrochan la bolsa y la vida en una casa de juegos aneja, donde las luces parpadeantes de ocho máquinas tragaperras iluminan el destino de los otros ocho personajes convidados a la fiesta, que ambicionan el dinero y todo lo que pensaron que alguna los haría felices. Tráppolo lo observa todo junto a una vieja jukebox, con sus viejas canciones de cowboy, que le traen recuerdos de cuando padeció la fiebre del oro en Arizona. El cantinero observa con pesar cómo la fatalidad envuelve los actos de los otros personajes e intenta contenerla como puede, pero sabe que se expone a ser arroyado por un tren de mercancías.
Por 8 abril 2013
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