Quentin Gas & Los zíngaros en Funclub: El eterno viaje
Por 25 enero 2017
Se palpaba una noche normal en el poblado que nace entre la Calle Trajano y la Calle Calatrava. Algunos habitantes se reunían para contarse las pequeñas luchas de la semana y beber para olvidar las derrotas. Las parejas se apretujaban en los bancos dándose besos húmedos. Los últimos niños volvían a casa atormentando a sus padres. Un manantial de voces monótonas se mezclaban con el vaho del frío.
El humo se olía desde lejos. Luego me dijeron que vieron su caravana roída, pero yo los vi llegar andando, solemnes y sin apenas hacer ruido. Prepararon el fuego ante la atenta mirada de todos. Nos mantuvimos alejados como marca de respeto y asombro.
El camino de luz que han trazado conduce hasta una de las cuevas preferidas de los habitantes del poblado. Es fácil seguir la senda del calor.

Funclub se llena con el pequeño aperitivo de shoegaze de Juan Jaramillo, cantante de Shepherd, que en unas semanas volverá a ese escenario con nuevo trabajo. Dos guitarras pequeñas esperan tumbadas en las tablas. Las conversaciones de fila en fila saltan de boca en boca. »Creo que te van a gustar, tienen un rollito así como Los Corizonas»-oigo en las terceras filas. »Son como un Westerm hindú, como un westerm hindú calé».
Los extraños viajeros portan el fuego en medio de la oscuridad, que ahora tintinea, para alumbrar el camino trazado. Lo depositan rodeando las pequeñas guitarras. Si paran el viaje un rato esta noche, es para contar al poblado hacia dónde van y de dónde vienen.

El destino ineludible de los gitanos puede que sea vagar con su caravana por todo el universo. El de Quintín Vargas es errar por todas las sendas de la música, expandiendo ese espíritu que los guía: que el camino no acabe nunca. La primera senda, Big Sur, estaba marcada por la mezcla del poder de la guitarra, el stoner, la raíz familiar, los palos, la pureza y las calles blancas. Invitando a beber de la fuente tanto a Sonic Youth, The Queen of Stones Ages o a Manolo Caracol. Con Caravana, Quintín emprende el viaje a la esencia del pueblo gitano, a oriente, a Egipto, a la mitología fundacional de un pueblo que lleva siglos andando. Esta vez, la senda tiene sabor a ácido. La arena que pisa pueda parecer la misma pero tiene nuevos colores encontrados en The Byrds, Tame Impala o Love.
Con la serenidad de unos Tótems, la banda espera en el escenario al momento preciso para comenzar el aullido. Los teclados fugitivos de José Vaquerizo abren la línea de fuego para que el resto del grupo pueda invocar la ruta. Caravana nace adictiva y palpable, en directo va más a los nervios que a los oídos. Todos queremos marcarla en nuestra banda sonora desde la primera escucha, por representar el espíritu de huida que necesitamos.

«El Pedío» hace una revisión de la tradición con una línea de bajo adictiva. Envuelve desde la barra hasta la cabina del DJ con humos de copla, coros de pop celestial y un sitar lejano que trota y trota en la sien. Momentos de afortunado caos que nos recuerda que el camino se hace aún más pesado si no tenemos las ansias de compartir cada mota de polvo con alguien.
La sensualidad oscura de Romance esconde algo de amenaza, de baile alrededor de fuego, de crepitar pero también de cabalgar. La lucha entre el bajo de Tera Bada y la batería de Jorge Mesa tiene sabor a martillo y yunque. La voz de Quintín es a ratos la de un asesino en serie, un enamorado vulnerable o un héroe. Con la versión de Tangos de la Sultana los zíngaros mandan a Camarón al San Francisco de los años sesenta sin billete de vuelta.
Quintín Vargas, camisa de colores, lunar en la frente, barba cerrada, flequillo desgreñado apenas habla. Mira al infinito como si quisiera arrancarle un fragmento de tiempo. Quien busque hoy al puro nervio que se muestra al frente de Los News encontrará a un hombre contraído sobre si mismo, alucinado de ver como sus universos nacen y se expande por toda la sala. Los temas de Big Sur recuperarán la conciencia guitarrera, la banda se muestra unida y poderosa, pero es inevitable echar de menos la presencia de Concha Vargas en el escenario.Una impronta muy difícil de superar.
La sinestesia sonora de «La luz del silencio» comienza a dejar lecciones escritas en la pared. Quintín se deja guiar por la atmósfera casi mitológica de la canción y lanza frases para abrir los ojos a los múltiples cristales que nos ofrece la realidad. A medio camino entre el trance y el baile. Esta canción abre los ojos para recibir la muerte y «Mala Puñalá» los cierra. Un relato negro casi electrónico, ácido y tenso. La atmósfera perfecta para ver a Ian Curtis comiéndole los ojos al capullo de Jerez en un club de Berlín. Los gritos de rabia y sangre de Quintín se quedan pegados en la atmósfera hasta que el silencio puede más y lo vence.

Es el momento de retomar el viaje. Recogen con gestos lentos y mínimos. Agarran las pequeñas guitarras sin alterar a las velas a punto de apagarse. Bajan y ponen los pies decididos en el suelo de la sala. El público los rodea. Se despiden del poblado con un cante sutil, una nana; a capella para invocarse a sí mismos. Creen que cuando crucen la puerta se dormirán pero ya no es posible que exista el sueño. Se han enamorado del camino eterno.
