Oda a la «Semana Mona» de Sevilla

Por Nuria Sanchez

Hablemos de un Monkey Week bien adaptado y mejor integrado. La primera edición en la ciudad de la Giralda ha dejado un balance emotivo. Las previsiones meteorológicas advirtieron de posibles aguas durante el Viernes Mono. Las lluvias y el repentino frío avisaron con inaugurar la primera edición de la Semana Mona en La Hispalense. Ante la esperada noticia, Sevilla miró al cielo con cara de pena, suplicó y respiró, siempre acostumbrada. Las 159 bandas que dieron vida a la nueva edición no siempre actuaron a buen cobijo. Muchas lo hicieron en el escenario montado al aire libre, en plena Alameda de Hércules, subidas al famoso Ron Contrabando, o en el Arnette, ubicado en la Torre de Don Fadrique del Espacio Santa Clara. Pero el Gran Mono escuchó a sus fieles y el agua cayó horas antes del pregón, sin perjudicar lo más mínimo el desarrollo de la cita. Sevilla pudo seguir con sus itinerarios sin mojarse la túnica. El encuentro del fin de semana, el más multitudinario de todos los que ofrece el festival, funcionó sin borrascas alrededor. Las lluvias de sus primeras horas tampoco nos hicieron temblar, el jueves pegó fuerte y el balance fue auténtico. Con Niño de Elche sobre el escenario del Teatro Central poca cosa podía ir mal y más cuando a la salida nos esperaba una gorda en la emblemática SALA XFaux, Quentin Gas & Los Zíngaros, Candy, Cala Vento y Hardcute Ukelele, e Industrias94,  seis grupos que nos regalaron la mejor de las previas para hacer frente a tantos monetes seguidos. Pero el grueso de la octava edición comenzó el viernes por la mañana y la resaca, ya por entonces, era más nuestra que de nadie.

Lorena Lucenilla - Live Music Photography
Lorena Lucenilla – Live Music Photography

Porque han sido más de trescientos días de espera -¡ojo!- Sevilla merecía una edición libre de imprevistos. El festival ha visto incrementado con los años su cortejo y este 2016 no podía ser diferente. Con el cambio de ubicación, del Puerto de Santa María a La Hispalense, la organización esperaba nuevos adeptos. Y así hablan hoy los balances. El Monkey Week ya es un éxito; una auténtica barbaridad hecha realidad en medio de un mar de creyentes; la máxima representación de crecimiento. Y a pesar de las quejas de la competencia, hechas denuncias, la reunión ha obtenido buenas críticas por parte de todos los que amamos su esencia. Sin duda, un equipo que apuesta por la música en directo durante tres días consecutivos no puede tratarse del mismísimo Diablo. Y si lo es, si resulta que responde al Maligno, viva Lucifer, qué coño. Y viva el ruido, por cierto. No olvidemos que, en nuestro Reino, de paralizar la ciudad sólo saben unos pocos y sólo una pequeña parte de ellos tiene potestad para llevarlo a cabo. Será que las calles colapsadas, las carreteras cortadas, los recorridos del transporte público modificados hasta el extremo y la música de las cofradías a todo carajo no molestan a los vecinos de esta Sevilla arcaica. Pero no dediquemos más de un párrafo a la noticia, que el Monkey Week no ocurre en primavera, sino en octubre, y muchas ediciones futuras podrán corroborar La Leyenda de los Monos. Toca abordar nuestro peregrinaje.

Lorena Lucenilla - Live Music Photography
Lorena Lucenilla – Live Music Photography

Por eso es más importante hablar del subidón que nos inyectó Mariel Mariel.  Los practicantes de su Flow Latino se agolparon a los pies de la Torre Don Fadrique y bailaron bajo los árboles. Se multiplicaron  los suaves toques de caderas. Pero fue imposible imitar la danza de su cantante: hecha de otra pasta, procedente de otro paraíso. «FOTO PA TI» no tardó en sonar y pronto el suministro de vitaminas subsanó la vida de sus  feligreses. Los chilenos, que recientemente hemos escuchado dentro de la BSO de Kiki, el amor se hace, quedaron encantados con su paso por Sevilla y siguieron su camino. Nosotros hicimos lo propio con el nuestro. Rápido miramos el llamador y nos dirigimos hacia un próximo destino.

Space Surimi nos esperaban en el Kafka con el público en el bolsillo. Bendita penitencia, descubrirles ha sido de lo mejorcito de la edición. Esto es Arte y lo demás, cositas insignificantes. Cómo dos tíos pudieron ocasionar tal impacto no querríamos explicarlo, pero su droga nos tuvo enganchados durante todo el directo. Y encima en casa, más felices que en Pascuas, metidos en un cuarto oscuro para comernos letras que iban de Japón a Carmina Ordóñez. «Me voy a bajar del escenario. Ya estoy entre el público, podéis tocarme» e, inmediatamente, nos partimos de risa. Y todo bajo el dominio de la electrónica y el hip-hop. Los tipos, sin vergüenza alguna, te narraban lo que iba a suceder antes de que sucediera. Y ni con esas dejaban de sorprenderte. Cada frase fue un versículo de esos que te quitan ideas de la cabeza. Si estuviesen en el banquete, haríamos la comunión todos los días del año. Hacemos mención especial a la gran obraMr.Wasabi no lo escribe cualquiera. Igual que al bigote del cantante, aunque de dudosa veracidad, único en la escena. Y encima, los nenes de Jerez, a ver qué coño más se le puede pedir al Mundo. BRAVOS.

Lo de Pianet fue de lluvia de estrellas, de una delicadeza bonita, tranquila y emotiva. De volver a tocar el suelo. Fueron dañinos, como el amor en su estado más duro. La merienda fue de parejas sentadas en las escaleras del Espacio Santa Clara. Fueron asquerosamente buenos. Pecaron a lo grande y no pidieron absolución. Muchas lágrimas se vieron por allí. Sonrisas al vuelo también. Además identificamos a los cómplices de un delito que llevaron por bandera. El de enseñarnos lo que son capaces de componer, excelentes melodías con billete de ida al nirvana. Pero no de vuelta. Los madrileños nos dieron un atardecer muy distinto al que esperábamos. Extasiados como llegamos, lograron que la calma se apoderara de nuestros cuerpos. Nos desnudamos y así estuvimos durante toda La Santa Cena. No nos sentó nada mal. Ni siquiera cogimos frío. Hicieron del escenario Arnette el mismo Reino de los Cielos. «My Generation» se ha convertido en nuestra profecía, queremos que lo sepan. Luego el silencio llegó, aplaudimos y salimos pitando.

Ítaca era el sitio clave para lo que Holögrama tenía en mente. La misa estaba lista. Aunque sin mentiras, nada de engaños, el sonido del local fue una basura, de verdad, pero para nuestro consuelo los oídos no andaban solos. No tuvimos otra que acercarnos hasta el extremo. Pudimos sentir sus instrumentos. Pudimos sentir la belleza de los ojos abiertos. Pudimos haber hecho lo que quisiéramos. Y lo hicimos. Utilizamos la vista, abrimos bien las manos y grabamos lo que sucedió. Increíble. Con el escenario a ras del suelo, bebimos del sudor de sus temas, les vimos dejarse el pellejo, gritar, acariciar todo lo que sale de Gemini, álbum que han estrenado hace bien poco y que, por favor, queremos ver de nuevo por aquí. Un show atractivo que nos trajo de vuelta aquellos sonidos futuristas tan ligados a la Era Espacial de los años 50 y 60, género que estos señores dominan hasta durmiendo.

Lo que pasó después no podría haber ocurrido en ninguna otra sala de la ciudad. Ni tampoco en ninguna iglesia. Este tipo de espectáculos tienen sello propio y las condiciones para su éxito hablan de uno de los espacios más míticos de Sevilla. Fun Club se puso hasta la bola para recibir a Los Vinagres. Los de La Palma dieron un bolazo desmesurado, rock gracioso, extrépito, aunque elegante, pegadizo y muy bueno, que sirvió de combustible perfecto para prender la mecha de la madrugada. Que habían venido a pasárselo bien, fue indiscutible. Que son mucho más guapos en persona, también. Qué ganas tuvimos de besarles las manos y los pies. No recordamos a la Reina de La Alameda tan llena en mucho tiempo. De repente fue como si nunca quisiéramos salir de ella, acampar ante la barra por los siglos de los siglos. Gritamos amén justo cuando la música paró. En la viña del señor hay cosas que funcionan porque sí. Quizás el truco fuese la fuerza de su baile, o de sus letras, o de su Sagrada Tierra. Cogimos nuestros bártulos y salimos de allí. Dejamos a los maestros entre aplausos y vítores. Fue un concierto inigualable.

Hasta donde podemos contar, nuestro Viernes Mono terminó en este precioso lugar. Porque vamos a ver, los bajos fondos de la ciudad se han llevado la medalla de oro a la originalidad dentro de un festival que peca de creativo. Manda cojones que se lo hayan montado tan bien estos del Monkey Week. Queremos conciertos allí todos los lunes. Pero volvamos. Cuando supimos de las tablas en pleno parking, no nos quedó otra que abrirla del asombro. Gesto que acentuamos cuando hicimos repaso a los artistas que veríamos escondidos en su interior. Un portero en la entrada no nos dejó bajar hasta las 21:20h. Nos sentimos de nuevo en los quince. No nos quedó otra que aprovechar entonces el tirador del bar que teníamos enfrente. Brindamos once en un segundo y comenzamos el descenso. El calor, eso sí, fue irremediable. Rezamos porque The Parrots  merecería la pena. «Oh, Dios mío, aquí también tenemos barra». De nuevo a los quince y del tirón ese: «No me gustas, te quiero».  El efecto fue repentino, un plus en medio del edén. Letras sencillas, bailables, descaradas y muy pegadizas fue el producto que nos quisieron vender. Y lo compramos. Vaya que si lo compramos. Nos hubiésemos gastado nuestras últimas monedas porque le diesen de nuevo la vuelta al repertorio. Pero nada dura para siempre. Llegó la hora de entrar en el templo. Superada la mitad del recorrido, nos quedaba hacer frente a la recta final, el Sábado Mono tenía sus horas contadas.

No era ni la 13:00h y ya estábamos comiendo la hostia sagrada en el mercado de Feria. Los segundos mejores chicharrones del mundo entero los venden allí. Los primeros en Parque Alcosa. Pero al lío. Alien Tango generaron el suficiente reclamo. Fue llegar a Don Fadrique y caer en el acierto. La peñita que acudió al encuentro tuvo que tener un coeficiente intelectual de aquí te espero. Inteligencia Divina lo llaman. Porque con la cantidad de bandas que habitaban al mismo tiempo la ciudad, elegir a un grupo mitad superheroe mitad punki fue, como poco, muy arriesgado. Pero la probabilidad estuvo de nuestro lado. O del de ellos. La evaluación es simple: amamos lo que hacen porque lo hacen bien, sin chirriar ni mijita, como quieren y porque quieren. Chapó por ellos. Nunca antes tantos giros inesperados. Nunca antes tanta melodía indomable. Nunca antes ellos.

¿Lo de Club del Río a pleno Sol fue de casualidad? Los de Madrid llegaron a su Sevilla cargados con buenas nuevas. Segundo trabajo ya en la calle desde que decidieran montar este equipo de siete. Monzón, el niño mayor, ya fue una locura en su día. 2015  ha concedido tiempo suficiente para pensar en la bendición del sábado pasado. Con la luz arriba del todo, en plena Alameda, nos miraban desde el Ron Contrabando, se presentaban ante un público que cambió su hora de comer para formar parte de Club del Río y siguieron a lo suyo.  Lo nuevo se ha llamado Un sol dentro y ha sido grabado en La Mina, el maravilloso mundo que Raul Pérez se ha labrado en un rincón de La Hispalense. Presentaron material allí mismo, al aire libre, en un escenario que les iba como anillo al dedo. Hace poco ya salieron de paseo las primeras. «Famélico» «Estampida» fueron arropadas con fuerza y una pizca de locura. Ojalá regresen a la ciudad. Ojalá Sevilla vaya en su búsqueda más pronto que tarde.

El escenario Happy Place estuvo a reventar. Todos los que no adquirieron su pase pudieron disfrutar de un Monkey muy especial. De entrada libre y gratuita, como lo fue el Ron Contrabando, y con una programación de las buenas. Fueron pocos los que no se sintieron atraídos por su encanto. A media tarde nos acercamos a él. La causa lo merecía. Era momento de It It Anita. Los franceses presumieron de armar una buena con su particular punk-shoegaze. Un estilo que defienden de maravilla, donde la fuerza y la potencia es su mejor baza. Y si no que se lo pregunten  a los que estuvieron en la zona. O que les pregunten por su «batería»mejor. Bendito monstruo. Lo de desmontar la batería para meterla entre el público tuvo que ser de naturaleza propia. Lo que quedó de espectáculo ocurrió con el escenario vacío, con la gente rodeándole, con todos en la pista. No hubo cornetas ni olimos a incienso, pero la fe nos miró a los ojos. Ahora queremos que en la próxima nos suban para tocar el bajo a su lado. Privilegiada la de la gorra y gafas de sol. Así sí se vive un Monkey.

Ángel Bernabéu
Ángel Bernabéu

El Monkey es uno de esos lugares por los que no puedes ir mirando al suelo. Siempre vemos a alguien. Siempre alguien nos ve. Pues bien. El nota de Faux  estuvo allá donde miramos. Coincidimos en todos los escenarios una y otra vez, en las idas y venidas… Qué gustos tan parecidos tenemos, oye. En el Jueves Mono avisaron de lo que debíamos esperar de su directo. Si flipamos en SALA X, imaginad la movida en Ítaca. Que nos maten si mentimos. Un show delirante, distinguido, incluso diríamos que atractivo. Qué poder tienen estos niños bajo los pies. Qué poder en las manos. Qué ideas tan buenas en la cabeza y qué bien saben llevarlas a cabo. El sonido en el local -de nuevo- acompañó poco, pero la energía no tiene sonido, se mama de otro modo, se siente. Ellos nos dieron energía para seguir por la senda del Mono.

El orden de los factores no altera el producto. Si hubiesen sido primero Los Wallas y después Los Bengalas, la juerga no hubiera sido otra que aquella misma. Hubiésemos sido los mismos gamberros que de costumbre. Corrimos para ser puntuales, en media hora teníamos que estar fuera del húmedo parking para vivir a los esenciales. Pero respetemos el orden. Primero, nos enamoramos bien de sus ropas. Después de más cosas. El impacto visual es importante. En una cita a ciegas siempre va antes la superficie. Luego, todo lo demás. Hablemos de su interior. Del porqué de lo Real. Los Bengalas repartieron medicina. Rica medicina. «No hay amor sin dolor» nos curó de mierdas del pasado y nos previno de desastres del futuro. Estaba llenito el recinto. Qué buen toque dan grupos como este a un festival, cojones. Qué puntito tan necesario a la jornada del sábado. Mil caras conocidas sonreían de frente al escenario (si podemos llamarlo así), gritaban, bailaban, se meneaban. Golpe de reloj. Salimos volando.

Lorena Lucenilla - Live Music Photography
Lorena Lucenilla – Live Music Photography

Uno de los recomendados fueron ellos. Los Wallas. Que desde casa ya suenan del carajo. Pero la visita lo requería. No marcar a los reyes en el itinerario es ir en contra de muchas cosas. De la Música la primero. Anochecía. Nuestro cuerpo también cambiaba. Comenzaba a hacer efecto el síndrome. «La Camisa» no tardó. Nos comportamos como buenos amigos de la banda. Y eso que en lo personal no les conocemos de nada. Pero les apoyamos durante todo el concierto. Botamos lo que nos pidieron. Sudamos al aire libre. Los chicos de la Red Van tienen buena prueba de ello. Preguntadles. Que os cuenten cómo estuvo la fiesta. Ojalá sepáis de lo que hablamos. Pocas son las veces que identificamos un lenguaje tan bonito en medio de tanta leña.

Dicen que los textos o se terminan bien o no se empiezan. Nosotros concluimos estas letras con los mejores. Con los putos amos de Sevilla. Con ellos. The Milkyway Express creó un mar de gente a sus pies. Para que os hagáis una idea: allí hubo más peña que viendo salir a La Macarena y a La Esperanza juntas. El resto tuvisteis que haberlo vivido.

Comienza la cuenta atrás. Monkey Week 2017 ya es un sentimiento.