¿La fantasía es suficiente para un alma insatisfecha?

Por Elena Viña Quintero

kathiehipopotamo_fotosergioparra_011Mario Vargas Llosa es un prolífico novelista y poco se conoce (o se conocía) su obra dramática. Hasta ahora. El Teatro Español de Madrid se ha embarcado en el titánico pero maravilloso proyecto de llevar a la escena todas las obras dramáticas del Nobel. Ya se han representado La Chunga, El loco de los balcones y ésta de la que les voy a hablar: Kathie y el hipopótamo. Obra que por suerte ha podido salir de gira y de la que hemos podido disfrutar en el Teatro Lope de Vega de Sevilla.

Esta obra nace de un acontecimiento real: Vargas Llosa trabajó en su juventud como amanuense para Cata Podestá, una mujer adinerada que quería escribir un libro de viajes. De la realidad surge la ficción de Kathie y el hipopótamo: Kathie Kennety es una mujer de la alta sociedad limeña que contrata a Santiago Zavala para que, durante dos horas, le ayude a escribir con fina retórica un libro sobre sus viajes por países exóticos. Pero la ficción termina envolviéndoles y esos relatos se ven alterados con dosis de invención y recuerdos que se materializan sobre el escenario. Este segundo plano que se suma y se entrelaza con el primero viene de la mano de Juan y Ana, marido y mujer de Kathie y Santiago, respectivamente.

Todo termina formando una red de planos, recuerdos, saltos e invenciones que nos desvelan la frustrada vida de los personajes, lo perdidos que se descubren a sí mismos y la imperiosa necesidad de sobrellevar su desgarrada vida mediante la creación de máscaras. No es casualidad que Vargas Llosa, antes de comenzar el texto de Kathie y el hipopótamo, nos regale una cita de T.S. Eliot: «Go, go, go, said the bird: human kind cannot bear very much reality» (Traducción: «Fuera, íos, dijo el ave: no pueden los humanos soportar demasiada realidad»).

Quienes nos acercamos a la obra dramática de Mario Vargas Llosa sabemos que posee ciertas particularidades que la hacen muy atractiva y un gran potencial escénico: saltos de tiempo, espacio, planos, un estudio de la ficción, la literatura y la mente del ser humano. El autor, que ya lo reconoce en su prólogo a La Chunga, persigue hacer un «teatro que juega a fondo la teatralidad». No es un dramaturgo accidental y creo que ha sido injustamente valorado por la crítica y los académicos cuando afirman que su obra dramática es «no-teatro», que carece de acción y que es muy narrativa.

Ha declarado en multitud de ocasiones que su primer amor fue el teatro y que, si en Lima se hubiesen dado las condiciones idóneas, hubiese sido dramaturgo y no novelista. Mario Vargas Llosa desarrolla una dramaturgia particular, un «teatro total» en el que nos muestra una visión completa y compleja del ser humano: lo que somos, lo que queremos ser, lo que hubiésemos querido ser y lo que momentáneamente somos cuando nos alimentamos de la ficción.

Nos encontramos con una puesta en escena sencilla, en la línea de los excepcionales montajes de Magüi Mira. Ni sobra ni falta nada, pues aunque haya pocos elementos en el escenario, Mira se toma el tiempo de modelar como una artesana a todos y cada uno de los actores, para que sean ellos y sus personajes los que llenen el espacio.

El reparto lo encabeza Ana Belén, magnífica en su papel de Kathie –aunque no es el único que encarna-. Cuesta hacerse a la idea de que no sea esta actriz la que dé vida a este personaje. La elegancia y sutileza con la que va desarrollando sus roles la hacen única y ya nos termina de deleitar cuando canta canciones como Sous le ciel de Paris, La vie en rose o Ne me quitte pas. Canciones que, por cierto, no están puestas en medio de los diálogos porque sí, sino que están perfectamente argumentadas dentro de la trama.

Ernesto Arias encarna a la perfección a Santiago Zavala –personaje que aparece en la novela de Vargas Llosa Conversación en La Catedral-, un intelectual fascinado por la filosofía existencialista, con deseos de grandeza y cuyo modelo en lo literario y lo sexual es Victor Hugo.

En otro plano, pero no secundario porque se van entrelazando con los primeros, están Jorge Basanta (Juan) y Eva Rufo (Ana). Ambos actores me sorprendieron gratamente pues sus personajes, cuando estamos leyendo el texto, no parecen tener un desarrollo profundo pero consiguen darle una fuerza y unos matices fabulosos en el escenario. Él es un mujeriego preocupado en presumir y obsesionado surfista que compara a las mujer con ir a correr olas. Eva Rufo interpreta a una Ana Zavala riquísima en matices cómicos e irónicos con una fuerte pulsión interior: el inmenso dolor de saberse abandonada.

Hemos de destacar la presencia al piano de David San José, quien completa la atmósfera «francesa» y el decorado psicológico con su acompañamiento musical. Muy fino, sutil y acertado es el pequeño toque (de vez en cuando y casi imperceptible) que realiza pulsando tres teclas en el tránsito de un plano a otro. Es ese toque mágico que advierte al espectador de que algo ha cambiado ligeramente en escena.

Fotografía de Sergio Parra.
Fotografía de Sergio Parra.

Magüi Mira, directora de esta obra, sabe lo que hace y pone su inteligencia al servicio de un espectáculo para el deleite de los espectadores. Quien escribe estas palabras no puede evitar, cada vez que sale del teatro, mirar las caras de las personas del público y oír sus impresiones. Hay quien echaba de menos una puesta en escena realista y con más elementos, pero lo cierto es que esta obra no necesitaba más: un diván, una mesa, unas cuantas sillas, un piano y unos maniquíes (que creo simbolizan los múltiples «yoes» y el desdoble de los personajes). Fijar un espacio y concretar un ambiente no es necesario pues la obra transita constantemente entre la evocación, la sugerencia… la fantasía, la realidad…

Todos salían encantados por lo que acababan de ver, sin dar signos de haberse perdido entre tantos planos y saltos. No se echaba en falta ningún tipo de transición, ya que la luz, la música, la energía de los actores y sus movimientos son más que suficientes. Nunca perdemos el hilo de lo que está ocurriendo en el escenario y quiénes son los personajes, lo que sin duda desvela que la directora posee un profundísimo conocimiento sobre el teatro del autor, pues ha sabido captar hasta el último juego escénico.

Sonríes… y empiezas a sumar: nostalgia, verdad, tragedia, fantasía, realidad, recuerdos, complicidad, vuelves a sonreír y de pronto te da un vuelco el corazón… Te da un vuelco porque te reconoces, reconoces todas las caras que tiene el ser humano y que acaban de poner frente a tus ojos.