Fervor por las chicas: nuestros libros de 2013
Por 31 diciembre 2013
Texto de Daniel López García y Diego A. Vicente
Fotografías de Lara Moreno: Aroa Moreno // Fotografías de Marina Perezagua: Julia Córdoba
Siendo conscientes de nuestras contradicciones y limitaciones, este año hemos decidido destacar las lecturas que, para los que suscriben este artículo y se han dedicado a los menesteres literarios de esta revista, consideramos libros del año.
Por un lado, esas limitaciones tienen que ver con la propia línea editorial de la revista en la que colaboramos. La Revista ¡WEGO! es una revista de difusión y promoción de proyectos y actividades culturales en Andalucía que pone especial atención en artistas y creadores emergentes de aquí. En este sentido, cuando hemos enfrentado la selección de libros a reseñar durante todo el 2013, nos hemos guiado por ese interés escogiendo tanto escritores como proyectos editoriales que forman parte del panorama literario andaluz. En cualquier caso, la literatura, como el resto de las artes, no responde a límites geográficos concretos y, de esta forma, el criterio editorial ha sido entendido siempre como una orientación que ha hecho posible el que escribamos sobre escritores, libros y editores que han guardado una relación o no con este territorio.
Por otro lado, las contradicciones tienen que ver con el ejercicio propio de la crítica literaria, de las que evidentemente somos partícipes. Quizá la más destacable tiene que ver con el hecho de la imposibilidad que tenemos a la hora de hablar del mejor libro del año, ya que eso supondría haber leído gran parte de lo publicado en ese periodo –cosa que advertimos desde ya que no hemos hecho-.
Por ello, cuando nos sentamos a pensar en los libros que destacaríamos en 2013, echamos mano del conjunto de lecturas realizadas este año -reseñadas o no en esta revista- y lo hicimos movidos por el único criterio común en ambos que está presente en todas las reseñas que escribimos: compartir aquellas lecturas que provocaron mayor interés en nosotros como lectores y nos ayudaron a pensar o descubrir aspectos que de ordinarios se nos escapan cada día. La literatura no tiene un valor funcional concreto, ya no digamos lo que nosotros hacemos, pero sí creemos que pone de manifiesto heridas profundamente humanas y que, mientras lo hace, nos ayuda a convivir con ellas en la medida en que vemos como cicatrizan. Los dos libros que hemos elegido comparten este hecho y ese es el motivo por el que hoy volvemos a hablar de ellos.
Una vez hechas estas aclaraciones, en la selección de obras –que adelantamos son dos- nos resultó anecdótico la secuencia de casualidades que muestran las elegidas. En primer lugar coincidimos en dos obras que sí habían aparecido reseñadas en la revista. En segundo, ambos libros presentan un carácter circular que las llevan a conectar con aspectos universales del devenir humano desde su estructura: desde la trabazón entre el tiempo estacional y el tiempo personal, en el caso de la primera, al carácter proteico y circular del mito, en la segunda. En tercer lugar y por último, ambos libros fueron escritos por dos mujeres, nacidas en Sevilla, en el año 1978: Lara Moreno escritora de Por si se va la luz (Lumen) y Marina Perezagua responsable de Leche (Los Libros del Lince).
La literatura ejerce a veces de testigo accidental: de un tiempo, de un territorio. Aunque en los buenos textos prevalecen la historia y el lenguaje, muchas veces parece que quisiera uno engurruñar los ojos y mirar a través de la mirilla del narrador para vislumbrar ese mundo una vez que los personajes se han marchado; la vida cuando la historia, aunque el texto diga que continúe, ya ha dejado de ser contada. Lo inesperado llega cuando ese mundo que vemos es justamente el nuestro: la dificultad de narrar nuestro propio tiempo.
La exposición al paisaje es ya de por sí una gran historia. Y de esa idea nace Por si se va la luz, la primera novela de Lara Moreno que se ha convertido en uno de los debuts literarios del año (dicen los que han leído sus libros de cuentos que esto no ha sido ninguna sorpresa, que Por si se va la luz “se veía venir”). En la presentación de su novela en Sevilla, Lara confesaba que tras varios años de tomar y abandonar este texto, de lucha, consiguió terminarlo gracias a los ánimos de su padre “deja lo demás y escribe, escribe, escribe”. Sin lucha no hay emoción.
Y la lucha también está presente en sus personajes, la batalla por adaptarse a su nueva vida en el pueblo: un territorio ignoto y despoblado, casi se podría decir despiadado. Nadia y Martín, esta joven pareja que se han marchado de la ciudad, dónde subyace otro tema contemporáneo: la huida (¿de qué huían realmente?). Después llega lo inevitable, las condiciones externas los transforman y los renuevan: lo exterior reconduce al interior. Por eso la mitad de los capítulos de la novela están narrados en primera persona, para contar desde dentro. Y es generosa Lara dando una voz a cada personaje, pero también haciéndoles participes de una carga de miseria existencial, porque esa lucha está condenada a embarrarse, porque la épica no existiría sin la suciedad. Porque si las serpientes se tienen que restregar contra árboles y rocas para mudar la piel, el ser humano ha de restregarse con muchas más cosas.
El otro hallazgo constante de esta novela es la metáfora. No pretende hacer una novela barroca, y el lenguaje está acorde y tiene sentido con el texto, por eso la economía, por eso los del pueblo no se pueden permitir agotar todos los recursos, tampoco los literarios. Pero como el personaje de la vieja en la novela aplica ungüentos con gran sabiduría, Lara deja caer las metáforas con gran maestría.
Y después están los de allí, los que ya vivían en el pueblo cuando ellos llegaron, los que no son yo. Y los que no son yo también tiene una voz en el relato, presente en la tercera persona del resto de capítulos. Da miedo preguntarse quién es el narrador llegados a ese punto, porque así es como nos ve la naturaleza a nosotros: la voz del territorio.
La lectura de Leche de Marina Perezagua se convirtió desde mediados de este año en la certeza de un hallazgo literario. En el comentario que de este libro realizó Vicente Luis Mora en el blog El boomeran(g) rescataba el inicio del relato “Un solo hombre solo”, uno de los contenidos en Leche, que comienza de este modo: “Cédric tiene treinta y cuatro años, pero el latido de su corazón joven es un latido ancestral porque, para que Cédric esté vivo, muchos tuvieron que sobrevivir antes que él. Situémonos, para comenzar, 32.000 años antes de nuestra era”. Como Cédric, los relatos de Marina Perezagua contienen algo tan profundo como absoluto, manifestación de algo permanente que pervive en el conjunto de la humanidad.
Tras la lectura de este libro uno tiene la sensación de haber vislumbrado un sentimiento que apunta hacia una zona oscura y poco frecuentada. En todos sus relatos convive una contradicción que se manifiesta en la oposición de lo material y caduco que toma su expresión en el cuerpo, con una conmoción universal que atraviesa a todos sus personajes los cuales funcionan como alegorías del conjunto de los hombres. La aflicción y la angustia de sus personajes es expresada a través de lo corpóreo y acaban materializándose en las diferentes manifestaciones acuosas que estos generan. En ellos existe un impulso de sobrevivir a la adversidad del mundo, el miedo al vacío y el silencio del tiempo, a la discontinuidad de la vida, y ese es el motor que los impulsa hacia la perpetuación de su existencia a pesar de poner en evidencia los horrores de la misma.
Pero frente a esta dimensión en la que emerge el dolor físico como expresión de lo perecedero de la vida, subyace un hecho que evidencia un impulso vital permanente e inagotable y que conecta a la literatura con el sentido general del arte y con la propia existencia humana: el hecho de contar. Frente a lo inexplicable, lo absurdo y la incoherencia del mundo que son expresados a través de la aflicción y el sufrimiento de los cuerpos, la necesidad de contar y la construcción de sus vidas es lo que permite a sus personajes dar sentido a su existencia. Por tanto, con cada relato Marina deja entrever que frente a la procreación física lo radicalmente humano, lo que da respuesta a la violencia del mundo, lo que nos perpetúa y nos contiene a cada uno de nosotros son esas otras voces que conviven en uno mismo, la recreación de ese conjunto de historias que posibilitan la ficción y, por tanto, la expresión de la propia de cada uno.
Lara Moreno y Marina Perezagua son mujeres, Lara Moreno y Marina Perezagua nacieron en Sevilla, Lara Moreno y Marina Perezagua son jóvenes. Pero todo eso es circunstancial, es pura casualidad y no tiene ninguna importancia frente a la celebración de las obras que han escrito, frente a la celebración de la propia literatura.