Símbolo y metáfora de una crisis

Por Daniel López García

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En La habitación oscura, último libro de Isaac Rosa (Sevilla, 1974) publicado por Seix Barral, existe un impulso ético-estético que cohesiona el conjunto de la novela. El punto de vista ético es el que lleva al escritor a airear las cuestiones más confusas del ser humano asociadas a un contexto -el de la actual crisis económica- y a una generación -la nacida en la transición democrática que pasó de ser la mejor preparada de la historia de este país a convertirse en la generación perdida. El estético destaca en la medida en que la forma, los recursos narrativos y la organización del propio relato rompen con los modelos asociados al realismo literario español y, sobre todo, con el acierto de la creación de un elemento espacial, una habitación oscura, que moviéndose entre lo simbólico y la metáfora manifiesta los conflictos tanto internos como externos, los deseos y el desencanto con la realidad de unos personajes.

la-habitacion-oscura_9788432215728Esta obra se podría dividir  en dos partes. La primera, desde su inicio  hasta la página 96, bien valdría considerarla por sí sola una de las mejores novelas de este año. Comienza con el accidente que da origen a la habitación oscura: un corte eléctrico en el local de reunión de un grupo de jóvenes que, al quedarse en penumbra, da pie a un encuentro sexual abigarrado y amorfo en el que todos participan. A partir de ese suceso y movidos por su entusiasmo, toman la decisión de disponer de un cuarto que facilite la manifestación de esos impulsos, rompiendo con límites y convenciones, gracias al estado de plenitud que propician las sensaciones de oscuridad, de silencio y de ausencia de tiempo posibles en su interior. En este punto es donde radica lo simbólico de esa habitación oscura en la medida en que es ese espacio el medio por el cual los protagonistas acceden a una vía de evasión de la realidad y encuentran, al mismo tiempo, otra de expresión de un deseo que no tiene cabida en los estrechos márgenes del contexto que habitan. No obstante, ese impulso colisiona pronto con convenciones sociales y emocionales. Los personajes empiezan a generar una serie de códigos y protocolos de encuentros y emparejamientos dentro de la habitación que ponen cerco al primer impulso sexual desaforado, manifestando la connivencia que se establece con los límites que nos impone la vida, y que pondrán en evidencia la contradicción existente entre la realidad y el deseo.

En esta primera parte juegan un papel fundamental la memoria y el recuerdo como reconstrucción del pasado y de la historia, a partir de diferentes recursos en los que destacan la fragmentación y la discontinuidad. Por un lado, Isaac Rosa lo consigue con el uso de una voz narradora que pivota entre la segunda persona y la primera persona del plural. Con esta ambigüedad de voces en la narración se expresa un sentido colectivo del relato que evoca la realidad desde diferentes perspectivas, donde se subraya la nostalgia y que apela más al sentido de los hechos que a una descripción lineal y exhaustiva de los mismos. Por otro lado, el escritor acentúa la segmentación del relato a partir de saltos en el tiempo tanto hacia el pasado y como al futuro. En este sentido, es especialmente destacable la forma en la que, a partir de extensas enumeraciones de escenas, anécdotas o elementos característicos, el escritor repasa las diferentes épocas del devenir de los personajes. De este modo, visionamos junto a ellos el transcurso de sus vidas, condensadas en veloces fotogramas, en los que se refleja el choque y el desengaño producido entre los anhelos de la juventud y la perspectiva de una vida adulta, así como el inexorable paso del tiempo.

138201-944-550En la segunda parte, que abarca las dos terceras del libro, ese personaje colectivo sufrirá un segundo desengaño, aunque esta vez de carácter exterior, a partir del conflicto con el contexto que habitan. En este sentido, la novela se convierte en un estupendo ejemplo de cómo la ficción es capaz de registrar el momento actual para hacerlo comprensible. Los personajes de La habitación oscura se encuentran en unas circunstancias donde los cambios económicos y la actual crisis marcan sus relaciones sociales y el devenir de sus vidas. El retrato que Isaac Rosa hace de este grupo es tan sincero como crudo: toda una generación cuya ceguera frente a la realidad los ha llevado a una actitud de espectadores pasivos de los acontecimientos que viven, condición que los acaba convirtiendo en víctimas empujadas a una situación de no retorno.

La habitación, que muestra en este momento del libro los últimos años de ese grupo, adquiere un sentido metafórico, convirtiéndose en dilación del estado vital, el desencuentro con el mundo y las ansiedades de los propios personajes. Este cuarto pasa de ser el espacio donde explorar los límites entre la realidad y el deseo a través de placer físico, a un lugar donde trasladar la angustia y la soledad, una madriguera para el grito y el llanto, trasunto de un estado anímico que es la expresión de su tiempo. A partir de la introducción de una segunda trama, se muestra cómo el grupo intenta hacer frente a la desavenencia en la que viven, que los lleva a visibilizar su desengaño a través de la reivindicación en la calle. Ello le vale a Rosa para introducir nuevos motivos asociados al contexto concreto que narra, como son el espionaje informático o una visión del actual ciclo de protestas.

La habitación oscura, si bien parte de una generación concreta, no se podría entender simplemente como una novela generacional, ya que, si por un lado expone los deseos y aspiraciones de un grupo de personas que comparten edad y una realidad común, acaba manifestando preocupaciones que apuntan hacia conflictos humanos de un calado más profundo. En este sentido, Isaac Rosa consigue con la creación de esta habitación dar forma literaria a un compromiso artístico y ético con el ánimo de exhalar la dinámica errática propia del ser humano, su capacidad para el autoengaño y la búsqueda de un lugar propio en el desorden de la vida.