El paso del mito a la danza

Por Paula Velasco

BNM_03Han pasado siglos desde que el teatro romano de Itálica fuese testigo por primera vez de esas historias de dioses y hombres que conforman su mitología, y que  volvieron a repetirse gracias al Festival de Danza. De nuevo surcaron su escenario los pasos, hoy convertidos en danza, de aquellos a los que tantas odas se han cantado, en cuyo eco aún es posible perderse. Frédéric Flamand es el hombre detrás del mito: él, como director del Ballet Nacional de Marsella, ha revivido la metamorfosis de Ovidio.

Su coreografía habla del cambio, de las dualidades y oposiciones que le llevan a enfrentar la danza clásica a lo contemporáneo, la leyenda y su carácter irracional a los dominios de la razón. Cuenta para ello con el respaldo de artistas procedentes de diversos ámbitos: a los pasos de danza se le suma el baile de imágenes proyectadas que corre a cargo de Fabiano Spano, evidencia del dialogo entre la tradición y la tecnología reforzado por la propuesta musical de George Van Dam, en la que lo clásico choca con los sonidos más actuales,  así como el increíble trabajo de los hermanos Campana, responsables del vestuario y la escenografía. Sus manos han creado todo un mundo elaborado a partir de productos reciclados, donde el escudo de Perseo está formado de espejos y las lágrimas de las Helíades ya no son de ámbar, sino de un plástico brillante.

BNM_02La propuesta de Flamand lleva al espectador a ser testigo de nueve mitos revisados. En ellos, lo humano y lo divino juegan a la hibridación; ya no son fábulas cuya finalidad es dar respuesta a las preguntas del pasado: se trata de reflexiones acerca de la idea de metamorfosis, que pretenden ser un fiel reflejo de los mitos actuales. Para ello, la compañía retoma las historias de Faetón, Perseo y Medusa, Pegaso, Diana y Actaeon, interpretado magistralmente por el andaluz Ángel Martínez, Narciso y su reflejo, Atenea y sus celos a la tejedora AracneMedea y su búsqueda incansable de la eterna juventud y, para cerrar, el triste romance de Orfeo y Eurídice, con cuyo rostro desvanecido para siempre en el averno acaba la función.

Es una pena que no se haya conseguido dar unidad a una obra de este calibre; cada leyenda es un fragmento aislado, al que se le van sumando nuevos pedazos hasta constituir la representación total. La sensación es de que no existe ningún nexo entre ellos, idea que permanece latente pese a la gran calidad de la danza, el nivel técnico de los bailarines y el acertado uso de todo tipo de recursos escenográficos. Métamorphoses pretende ser búsqueda del cambio como fuente de vida y, precisamente, es ese cambio, el salto de una narración a otra de manera descontrolada, el que merma todo su potencial.