El círculo de la danza se cierra en Itálica

Por Paula Velasco

407526_10150522864537536_1337343653_n

Mira más reseñas y fotos del Festival de Itálica:

– El paso del mito a la danza
– La pasión que devastó Itálica
No era danza, era MOPA
– La pasión de Martha Graham inunda Itálica
– Un homenaje ritual a Duncan abre el Festival de Danza de Itálica

Silencio. En el centro del escenario desnudo, una virtuosa bailarina comienza su soliloquio. El único elemento decorativo es una pequeña esfera, una lámpara anaranjada que corona sus movimientos. Sobre ella, el cielo abierto y una radiante luna llena.

La compañía Kibbutz Contemporary Dance fue la encargada de dar un gran final al Festival de Danza Contemporánea de Itálica con su obra If at all, un cierre de lujo para una edición que ha tenido altibajos dentro de su nivel. Rami Be’er, director artístico del conjunto y responsable de esta coreografía, ha creado una obra redonda, preñada de emoción dentro de su abstracción. Para contar su historia, que es la historia de la propia vida, no necesita un argumento cerrado, y es por ello que prescinde de aquellas estructuras manidas de presentación, nudo y desenlace. Todos los elementos que el espectador necesitaba para comprender, para entender esta ausencia de trama, estuvieron anoche sobre las tablas. El público sólo necesitaba dejarse llevar por la propuesta, aferrarse a los cabos lanzados por Be’er y desarrollarlos a partir de su propia experiencia.

Durante poco más de una hora, la danza fue tejida a base de movimientos circulares, presentes allá donde se dirigiese la mirada, que recordaban a lo tribal, a la experiencia ritual como semilla de todo baile. No importa que la acción se desarrollase a modo de dueto, en grupo o a solas: la esencia del círculo siempre estaba allí. Si a ello sumamos una brillante elección musical, de tintes electrónicos e industriales, entre la que 582397_10151184017552536_873467460_ndestacaban conocidos grupos como Nine inch nails y Massive attack, obtenemos una pieza hipnótica de principio a fin. Las melodías, aderezadas en momentos puntuales con silencios, incluían voces y ruidos que servían de guía entre la vorágine de cuerpos en movimiento. Y, por supuesto, estaba la luz. El trabajo de iluminación con el que cuenta esta obra roza la perfección. Es una muestra de que un uso inteligente del juego de focos, con todas sus tonalidades y formas posibles, llena más la escena que cualquier decorado y hace que cualquier uso del trampantojo de la ornamentación parezca infantil.

El vuelo de las faldas con las que iban ataviados los hombres encandiló a más de uno, pero no consiguió eclipsar la calidad técnica de las bailarinas que, especialmente en los momentos en los que la escena era solo para ellas, obnubilaron a los asistentes con su dominio sobre el cuerpo. Poco antes de la media noche, y tras la intensa experiencia de una coreografía enérgica, que contó incluso con momentos en los que la oscilación de los cuerpos se tornó violenta, las gradas estallaron en aplausos. El público, en pie, se deshizo en vítores a la compañía al mismo tiempo que cerraba con una ovación un mes de julio repleto de danza.