España 2020

Por Diego A. Vicente

«¡España se rompe!» Éste era -y seguirá siendo- uno de los groseros lemas de la hinchada de agoreros patrios, como si este país fuera quebradizo como la superficie de un lago helado o tuviera la consistencia de las galletas María. Javier Moreno (Murcia, 1972), con voluntad de ofrecer un discurso al margen, propone un proceso alternativo: «¡España se desintegra!». Una tierra baldía es nuestro país como se presenta en su nueva novela, 2020 (Lengua de Trapo, 2013); el derrumbe contextual por fin ha borrado nuestras señas de identidad. Es esta promoción urbanística del vacío el terreno idóneo para que Javier Moreno construya literatura.

El año 2020 es una mecha suficientemente corta para toda la carga de dinamita que Moreno coloca en los cimientos de la sociedad del bienestar; de esta manera, las ruinas de todo lo que hemos construido no nos resultarán ajenas. En este Madrid de 2020 aún caben ecos de los indignados, gente que vive en aviones abandonados en las terminales de la T4 y muchas, muchas viviendas de nueva construcción, que, virginales, nunca fueron habitadas. El autor no nos muestra la caída del sistema sino sus consecuencias, el rescate queda ya fuera de plano, y cómo la sociedad ya ha aprendido a vivir en la miseria sin conciencia de que otro estado mejor de las cosas pueda ser posible.

Más allá de la posmodernidad, Moreno hace literatura con lo financiero, un tema que, por motivos evidentes, ha tomado altura en la nueva narrativa, en el cine e incluso en la música.

Ese futuro cada vez menos improbable es el portal perfecto para el nacimiento del nuevo hombre, encarnado en Bruno Gowan, prohombre que experimenta el éxtasis místico de lo financiero, que lee en los índices bursátiles la naturaleza misma del dinero: el capitalismo por fin ha trascendido lo humano y se ha recombinado con su ADN <<miles de millones se evaporan en unos pocos milisegundos>>.

La descripción microscópica de una tienda de chinos –en 2020 serán españoles los que pernocten tras el mostrador- da una idea de la precisión del narrador, que aparece y desaparece como un ser superior, como también lo es Bruno Gowan.

Los capítulos son breves y casi se podrían leer por separado, como entradas de un blog, porque cada uno es una escena y una atmósfera sobre cada personaje pero también es un microensayo, un conjunto cerrado de reflexiones punzantes, valiosas por su sustancia lírica pero también por el ánimo de subversión; sin renunciar a la inteligente provocación: <<La revolución es un producto que Josefina consume de vez en cuando>>.

Frases potentes con la agitación del eslogan y con la inteligencia del aforismo: <<el capitalismo no es dinero, el capitalismo es amor>>.

Moreno amalgama las voces narrativas y los estilos, consiguiendo un material híbrido en el que también hay sitio para el texto periodístico, la completa nota al pie de página o incluso la biografía –en este caso futura- ya que también el autor se incluye como personaje de la novela.

Construye así Moreno la nueva época oscurantista que se avecina después de la crisis a través de reflejos, de sutilezas que se van adivinando aberrantes, una época de hombres terriblemente solos. Así, entendemos que Gowan posiblemente fue uno de los detractores del rescate porque no queda nada que rescatar: <<Me gusta el desierto porque el desierto es el futuro>>.