Caníbales y Carroñeros en El Butrón

Por Bego Barrera

Son las imágenes quienes tienen la capacidad de introducir lo inteligible o la mirada allí donde reina la incoherencia o la invisibilidad, convirtiendo el mundo real en inagotable y ofreciendo realidades inaprensibles a las que nos permiten un acercamiento. Así ocurre con aquellos aspectos de los individuos que han sido velados por los escrúpulos morales y sensorios bajo la intención de definirlos como animales o irracionales. Las imágenes, en estos casos, pueden permitir el inicio de una reveladora compresión de las dimensiones humanas más inquietantes. La exposición colectiva Caníbales y Carroñeros comisariada por Daniel Silvo elimina el efecto anestésico con el que habitualmente nos referimos a la naturaleza humana y nos sitúa frente a imágenes que nos introducen en realidades con las que no estamos familiarizados, pero que nos interpelan por haber algo de nosotros que se reconoce en ellas.

 “Pues yo –repliqué– oí una vez una historia a la que me atengo como prueba, y es esta: Leoncio, hijo de Aglayón, subía del Pireo por la parte exterior del muro del norte cuando advirtió unos cadáveres que estaban echados por tierra al lado del verdugo. Comenzó entonces a sentir deseos de verlos, pero al mismo tiempo le repugnaba y se retraía; y así estuvo luchando y cubriéndose el rostro hasta que, vencido de su apetencia, abrió enteramente los ojos y, corriendo hacia los muertos, dijo: ‘¡Ahí los tenéis, malditos, saciaos del hermoso espectáculo!’.”

En este fragmento de La República de Platón se sintetiza brillantemente el ambiguo sentimiento atracción-repulsión que se experimenta hacia lo abyecto tal y como lo lo definiera Julia Kristeva en Pouvoirs de l’horreur. Essai sur l’abjection. Las piezas de Ugo Martínez Lázaro o la fotografía de Abdul Vas bien ejemplifican la pulsación entre el deseo y el rechazo, nacido este último de la sensación de inquietud que reta al entendimiento porque quebranta nuestro sentido común y que nace ante la visión de imágenes directas y desestabilizadoras como la de Luis Gordillo.

Tanto la obra de Santiago Ydáñez como la excelente pieza que conforman los tres retratos escogidos por Javier Viver apuntan en esta dirección y, mostrando la faz de la demencia y lindando con grotesco (que Kayser definió como el mundo en estado de enajenación), revelan “ese sentimiento contradictorio, placer y pena, alegría y angustia…” pensado y definido desde la época moderna en Europa como lo sublime. Este concepto tiene, para Lyotard, su característica esencial en la ausencia de forma -la abstracción en la que se hallan piezas como los lienzos de José Díaz- que diferencia a lo sublime de lo bello que sí tiene una forma definida.

Sin embargo, la experiencia contradictoria (y quizás sublime) de estas obras citadas se enriquece al entrar en relación con la propuesta PAN -presentada en formato vídeo- que funciona como un buen método de puesta en crisis de las certezas conceptuales en las que nos escondemos cuando las imágenes nos interpelan. Esgrimiendo el accionismo como método de trabajo, actúan verdaderamente como carroñeros de las moribundas convenciones estéticas, nutriéndose de ellas para destruirlas y evidenciando así la necesidad de un arte que se proponga la “ocupación de espacios vetados (…) para destapar todos los preceptos antiéticos que se nos presentan como naturales”, tal y como ellos mismos lo expresan. Se sitúan así en un valioso margen que les permite hacer realidad aquello que en otras obras de arte solo encontramos como metáfora.

Cabe preguntarse cómo interpretamos estas experiencias hoy. A propósito de la apreciación de alguien que lúcidamente sabe captar las contradicciones del ser humano, Jean Luc Godard, merece la pena concluir que no se trata de mostrar las cosas verdaderas, sino mostrar cómo son realmente las cosas. Las prácticas artísticas contemporáneas se orientan con gran acierto hacia el compromiso de revelar lo oculto, lo velado pero convulso de la realidad, sea el mundo exterior o bien nuestro interior más oscuro y desconocido. Pero más allá incluso, no solo pretenden derruir las barreras que nos separan de nuestros deseos más ambiguos, sino que ambicionan y reclaman para el propio arte una auténtica invasión de los límites donde se encuentran aquellas ideas que, transformadas en imagen, ofrecen las realidades inaprensibles de las que hablábamos al principio. De ellas surgen interrogantes: ¿Qué es humano y qué es animal? ¿Qué separa demencia y raciocinio? ¿Puede un arte con fronteras hablar del abatimiento de barreras? Resolverlas es una labor ardua que requiere una renegociación de las fronteras dentro y fuera de la cuestión artística y que comienza por la supresión de lo pactado y lo acotado, por un canibalismo de los límites.

Caníbales y Carroñeros. 

Del 26 de abril al 24 de mayo 

El Butrón (Calle Butrón, 7. Sevilla) L-V de 19 a 21 horas.