En Atendant: la danza sin artificios
Por 26 enero 2013
Primero, el silencio. Una figura emerge de las sombras, armada con una flauta. Encara al público y, lentamente, se lleva el instrumento a la boca. Y sopla, y respira. Y de esta combinación surgen un sinfín de matices. Unos diez minutos después, coge aire, vuelve a hacer sonar la flauta, y se marcha. Así comienza el ocaso.
En Atendant es una coreografía de Anne Teresa de Keersmaeker, escrita en 2010 para su compañía, Rosas. Su estreno mundial se realizó en el Festival de Avignon, a cielo abierto, mientras el sol caía a espaldas de los bailarines. El mismo atardecer, esta vez controlado por el técnico de iluminación, llegó ayer al Teatro Central.
8 bailarines y 4 músicos es todo lo que necesita En Atendant para guiar al espectador hasta las entrañas de la danza. No hay lugar para el artificio en este montaje: la coreografía se muestra desnuda, ajena a ataduras y formalismos. Como escenografía, solo luz y oscuridad. Tampoco hay grandes alardes en el vestuario: vestidos negros para ellas, camisetas del mismo color para los chicos. Sentada en un banco de madera, la mezzo soprano Els Van Laethem envuelve con su voz al público, entonando cada palabra del poema de Philippus de Caserta que da nombre a la obra.
La voz se ve acompañada por cuerda y viento, y comienzan a vibrar como si de tres vocales se tratase. Sin embargo, la mayor parte del espectáculo baila al son del silencio. El mutismo es acuchillado continuamente por el sonido de los pasos y la música que brota del propio cuerpo al batir al aire. Y así, en la inmensidad de esta música acallada, el espectador se sumerge en la esencia del movimiento.
El primer mantra de la compañía es el caminar. El elemento base de todo movimiento, el más rudimentario, el más ordinario, cobra fuerza en el escenario. Sobre las tablas, los bailarines andan. Corren. Vuelven a pausar el paso. Y, con los pies, con el deslizar de las zapatillas de deporte, único matiz de color, van marcando su propio ritmo. A este sistema de percusión debemos sumar el redoble de las caídas, el sonido propio del cuerpo que yace en el suelo, el ajetreado ritmo de la respiración.
Todo es disonancia. La condición humana es el eje central, y, a su alrededor, los cuerpos convulsos inician una danza violenta. El hastío y la desesperación suprimen cualquier movimiento amable en este cénit. Cuando el hombre alcanza lo sagrado, no le queda más que volver a caer en su miseria. En Atendant pretende reflejar esta realidad, y lo consigue.
En asiento, el espectador se ve implicado en esta obra compleja. Desde su posición, es testigo de la lucha, de la búsqueda de integración y la desesperación por destacar. Puede ver como los roles se intercambian con las prendas, como la mirada y la complicidad forma parte de todo este entramado. Puede ver como reina la empatía en esta caída.
En Atendant es una obra compleja, minimalista, llena de matices y de dramatismos. Keersmaeker ha transgredido todas las fronteras preestablecidas de la danza, y ha obtenido como resultado un espectáculo difícil, sí, pero insuperable. Si quieres ser partícipe de esta obra de arte, solo tienes que acercarte esta noche al Teatro Central. A las 21:00, Rosas volverá a mostrar la danza en su desnudez. Por 20€ serás uno más en el juego de miradas propuesto por Anne Teresa de Keerssmaeker.