La tortuga vuela alto en Sevilla

Por J.M. Campos

Crónica y fotos: Cruzcampus Festival

Dicen sus detractores que es un grupo para veinteañeras, que intentan sin lograrlo parecerse a iconos como Radiohead, que la voz de Pucho incurre en excesos imperdonables. Vetusta Morla -precedidos de Pen Cap Chew y Eladio y los seres queridos-, convertidos de grupo revelación independiente en fenómeno de masas, mostraron a cara descubierta por qué son a día de hoy una de las bandas qué más pasiones desatan en la escena musical española.

[ Fotos: Beatriz Hidalgo / / Crónica: J.M. Campos ]

El Auditorio abrió sus puertas para dar la bienvenida a numerosos jóvenes que -no nos engañemos- llegaban seducidos en su mayoría por la banda madrileña y sus Mapas. Pen Cap Chew saltaron al ruedo con el público aún rezagado y en estado de letargo, a sabiendas de que la guerra donde se encontraban no era la suya. La cuestión vuelve a plantearse: en un festival, ¿es mejor aglutinar a conjuntos de un mismo estilo o apostar por la variedad?

Los de Marchena, lógicamente, pagaron el pato. Comenzaron con una instrumental a través de la que dieron forma a una atmósfera lúgubre, para después prodigarse en su rock cavernícola (en el buen sentido del término). De hecho, resultan evidentes las semejanzas con referentes como Queens of the stone age.

Con el grunge y la distorsión desmesurada como señas de identidad, su actuación pasó un tanto desapercibida. Daniel Romero se desgañitó a pesar de ciertas dificultades con el sonido, y los sintetizadores expulsaron ruidos provenientes de otro sistema solar. Pero la escasa respuesta del público provocó que su concierto acabara siendo bastante descafeinado.

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En un ambiente más favorable, Eladio y los seres queridos sí consiguieron romper la capa hielo que separaba del escenario a los asistentes. La canción homónima de su segundo álbum, Están ustedes unidos, abrió el telón a su pop descarado y certero, en el que incluso el tema en gallego Non quero perderte fue acogido con satisfacción.

Los vigueses supieron relajarse y disfrutar, motivados por la ausencia de presión. En una cena con una clara estrella principal, ellos fueron el invitado amable y jovial. Se despidieron con una versión de la ochentera Forever Young,  popularizada por Alphaville, para dejar un estupendo sabor de boca a marisco de las rías baixas.

Y la espera tocó a su fin

Con tanto cambio de escenario (de Fibes al Auditorio pasando por el Estadio de la Cartuja) muchos ya creían que el romance entre Vetusta Morla y Sevilla se había roto en mil pedazos. Nada más lejos. Rodeados de una expectación asombrosa, los focos alumbraron por fin a Pucho y a los suyos con los primeros acordes de Los días raros, cuyo poderoso final puso las cartas sobre la mesa.

Los madrileños habían prometido no escatimar en la duración del concierto, y se pusieron manos a la obra alternando cortes de su reciente disco con los de Un día en el mundo. A la cuarta lanzaron su primera gran puñalada al corazón del espectador con Copenhague. Poco más cabe decir ya de una canción tan preciosista y fascinante.

Cierto es que no todo son aciertos incontestables. Fieles a su estilo pulcro y barroco, Vetusta Morla han profundizado en Mapas el camino iniciado con su álbum debut. Sin embargo, el directo saca a la luz las -escasas- grietas que se esconden en su por otra parte notable segundo largo duración (Escudo humano, Mi suerte).

Pucho parecía expulsar a sus demonios con su baile compulsivo, abrazando cual amante empedernido el micrófono o arañando con fiereza una guitarra hecha únicamente de aire.

El entusiasmo pronto se adueñó de los asistentes con golpes maestros de sobra esperados: Maldita dulzura (ese dardo envenenado de pasión y resentimiento); Sálvese quien pueda, interpretada con una furia inusitada (¿por qué se gritaba con tanta fuerza aquello de «hay tanto idiota ahí fuera…»?); la imparable Valiente y la contagiosa Sharabbey Road. Su coreadísimo final, más allá incluso del término de la pieza, dejaba en el aire la encargada de cerrar la noche.

Pocas sorpresas, eso sí. Entre ellas, Un plan mejor, ausente en los discos e incluida en la banda sonora del documental Elige siempre cara, e Iglús sin primavera, del EP Mira. Tampoco olvidemos el mensaje a los andaluces por parte del cantante antes de la vibrante El hombre del saco: «Os digo que estéis alerta. Ni un paso».

Antes de la traca final, Pucho dio las gracias al público porque «hacer música hoy en día es un milagro». Terminada la eterna ronda de agradecimientos (de acuerdo, nunca está de más acordarse de todo el equipo), y tras caminar por Baldosas amarillas, Vetusta Morla amagó la salida con Un día en el mundo. «Mírame soy feliz, tu juego me ha dejado así…»

Pero la intención del grupo no era dejar a los asistentes felices, sino extenuados. De ahí que se reservaran para el final La cuadratura del círculo. Su ritmo frenético a duras penas fue seguido por los juegos de luces, mientras el percusionista Jorge González golpeaba sacrílegamente un enorme bidón metálico y las guitarras de Juan Manuel Latorre y Guillermo Galván estallaban iracundas en las ondas del recinto.

Hablen, critiquen, menosprecien. Vetusta Morla seguirá volando alto.

[Mira la galería de fotos del Cruzcampus Festival, o una interpretación en directo de El hombre del saco. Te dejamos también el enlace a la entrevista de ¡WEGO! a Vetusta Morla]