Crónica de Balagan en el Lope de Vega
Por 20 enero 2011
El hombre sueña con volar
Un escritor despierta de su sueño cotidiano con una idea. La noche ha despertado en él el cosquilleo del espíritu, la necesidad le impone coger su pluma y dar forma a lo que Morfeo le ha sugerido. Inspirado, el artista empieza a contar su sueño, pero en el circo de Misha las palabras mueren antes de nacer y se transforman en movimientos y colores que pueblan el micromundo del escenario teatral para dar lugar a una historia de amor que tiene como objeto del deseo a la superación. Una obra tan sugerente que hace parecer una estupidez una de las verdades más aplastantes de la naturaleza humana, que el hombre no haya nacido para volar.
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La expectación para el estreno de Balagan en Sevilla era mucha, como no podía ser de otra manera, visto el prestigio de una obra firmada nada más y nada menos que por Mikhail Matorin, ‘Misha’, ex integrante del Circo del Sol. El mismo cartel del evento prometía ‘la grandeza del Circo del Sol en la intimidad de un teatro’, frase ambiciosa, que podría parecer un eslogan astuto compuesto para agrandar las cualidades de algo mediocre en su realidad.
Nada de eso. Balagan es una pequeña gran obra de circo hecha a medida de teatro. Una representación aguda y emocionante, íntima e intimista, que nada tiene que envidiar a las mega-producciones del Cirque du Soleil. Algo que justificó y sobrepasó las expectaciones de un público que, en la noche del miércoles 19 de enero, no llegó a llenar el Lope de Vega pero sí a dar la sensación de ‘todo agotado’.
La obra de Misha es una píldora de aquel circo teatral que mueve millones en Las Vegas y en las principales capitales del mundo. Una concentración de risas, vértigos, asombros y habilidades que produce dinero en una época de crisis con la sola fuerza de las emociones. Extraño, pero consolador.
En la obra se replica el esquema tradicional de este tipo de circo, donde la fantasía juega un papel central. Todo en Balagan es un intento de escenificar nuestros mundos interiores: los sueños, las ilusiones, la locura. Sus personajes nacen de una mezcla entre las máscaras de la comedia del arte y los super-hombres de los circos euro-asiáticos.
Su protagonista es un escritor excéntrico y narciso, capaz de dar la vida con su pluma al mundo fantástico de su mente, un universo libre de limitaciones para las criaturas que lo habitan. En este mundo el protagonista espera poder realizar el sueño imposible del hombre, algo que ni las máquinas fabricadas por él le han permitido alcanzar: liberar su cuerpo en el aire, exento de trucos, de alas o de propulsores. Un propósito demasiado ambicioso, que se le escapa de las manos y se convierte en su realidad, dando forma (casi) humana a su idea fija. Él mismo se convierte en personaje de esa ficción, aunque sus poderes son limitados comparados con los de las criaturas que su mente crea.
Sobre esta base se desarrolla un espectáculo que sigue el clásico esquema circense, con números acrobáticos de larga duración, interrumpidos de vez en cuando por las actuaciones de los payasos. Las actuaciones de los artistas comparten además un elemento determinante, que da forma al sujeto de la historia: el anhelo del hombre a superar sus limitaciones. Trátese de lazos, haros, saltos, malabares o equilibrismo, todos los números tienen como elemento fundamental el aire y el desafío eterno al cielo. Algo que nadie sabe escenificar con más maestría de Mikhail Chebotarev, sobrevolando el público del Lope de Vega con el solo auxilio de su lazo de seda (y su fuerza antinatural).
[Aún quedan entradas para las funciones que se representarán entre hoy y el domingo 23 de enero. Si no ha quedado claro, ¡Wego! os la recomienda.]