Otra Casa de Bernarda Alba es posible

Por Raul Perez Andrades

«La casa de Bernarda Alba» de Federico García Lorca puede que sea una de las obras teatrales más representadas de la historia del teatro moderno español, tanto a nivel nacional como internacional. Esta tragedia de luto, encierro, envidias y represión de la España rural, ha sido interpretada y versionada mil y una veces, de mil y una maneras. Cualquier espectador asiduo al teatro la ha visto, al menos una vez. Pero a pesar de todas las versiones, algunas más acertadas que otras, ayer pudimos ver en el Centro TNT una que destaca por su pertinencia, inteligencia y sencillez. A estas alturas es difícil sorprender con una obra tan manoseada, pero la propuesta de TNT, dirigida por Pepa Gamboa, lo hace. Y lo hace, además, girando el foco de atención, quitándole peso al poeta y utilizándolo como excusa.

Pepa Gamboa nos presenta una “Casa de Bernarda Alba” hecha con siete mujeres gitanas del Vacie. Siete mujeres que nunca habían ido al teatro, que no saben leer ni escribir y que tuvieron que aprenderse las palabras del poeta oralmente, de la misma manera que se ha aprendido y transmitido la cultura durante siglos. Siete mujeres que no son actrices, ni se pretende que lo sean, que no tienen técnicas interpretativas para defenderse en el escenario, pero que aun así te hacen conectar con la verdad de la obra, porque es la verdad de su día a día. Ellas no interpretan a Bernarda, Adela, Angustias, Magdalena, Amelia y Martirio; lo son, o podrían serlo, y la propuesta se articula en torno a ello. La obra se aleja de Lorca y se centra en Rocío (Bernarda), en Lole (Martirio), Carina (Amelia), Sandra (Angustias), Ana (Magdalena), Sonia (Adela) y Pilar (Criada). La propuesta se aleja del poeta y precisamente por ello, porque se olvida de toda la convención, el sentimentalismo y la parafernalia que suele rodearle; porque evita elevarse a los cielos literarios y se aposenta en la tierra más cruda; porque mira a su alrededor, no muy lejos, y encuentra ahora ese trozo real que el poeta intentaba retratar en su tiempo; y porque lo traslada sin artificios, sin pretensiones, manteniendo su pureza; TNT y Pepa Gamboa consiguen el Lorca más Lorca de todos.

La obra es una experiencia que transciende lo escénico. Lo transciende por la intervención social que consigue con estas mujeres, a las que, además de ponerlas en contacto por primera vez con el teatro, les ha dado un sueldo, por primera vez también en la vida de muchas. Un sueldo que les ha permitido salir del Vacie. Lo transciende porque da a conocer en muchas partes del país la existencia de este asentamiento chabolista, que es el más antiguo de España. Y lo trasciende porque nos ofrece a los espectadores una experiencia que va más allá de la representación de un texto teatral. Nos propone ser testigos de los resultados de este trabajo de intervención social, independientemente de los resultados escénicos. El valor y la importancia de la propuesta va más allá de cualidades artísticas. El valor y la importancia residen en que, en este caso, el teatro sí ha servido como herramienta de transformación de la vida de estas siete mujeres. Atalaya ha convertido en realidad esta máxima brechtiana.

Pero no debemos de olvidarnos de que, además de esto, es una obra teatral y también hay que analizarla como tal.

El texto de La casa de Bernarda Alba nos traslada a la España Rural de los años treinta, a una casa que acaba de vivir la muerte del cabeza de familia y que se encierra durante ocho años en un riguroso luto. Bernarda, la viuda, se convierte en la guardiana del honor y el prestigio de la familia. Vela por la pureza de sus hijas y por la cohesión familiar. Controla los rumores y habladurías, lo que se puede o no se puede decir. Lo que se exhibe y lo que se oculta. Promete en matrimonio a Angustias con Pepe El Romano, y condena a sus otras hijas a la virginidad. Pero Adela se enamora del prometido de su hermana y nacen los celos, las mentiras, las ansias de libertad y la tragedia. El texto nos habla de un mundo con un código moral estricto y represivo, donde la defensa del honor familiar es el pilar fundamental y la mujer está condenada a la voluntad del hombre. Con la elección de estas mujeres la propuesta de Atalaya parece ser una denuncia de la existencia de estos rasgos dentro de la cultura gitana, una cultura que los payos miramos por encima del hombro, con la altura moral de pertenecer supuestamente a la cultura feminista del 8m. Pero la unión del texto lorquiano con la realidad gitana nos da un baño de humildad, porque nos recuerda que no hace tantos años las mujeres payas se encontraban en la misma situación, con el mismo código moral. Y no hace falta irnos a principios de siglo XX o al franquismo. Algo pervive aún en nuestra cultura si el mundo teatral sigue teniendo la necesidad de montar esta obra y de denunciar esta represión.

En el escenario se muestra un espacio sencillo con tres elementos que aluden a tres espacios de la casa: La puerta que da acceso al exterior, el corral del patio y las grandes escaleras del interior. La puesta en escena no pretende proponer al público los elementos teatrales tradicionales de representación técnicamente perfecta, identificación con los personajes, catarsis etc. La propuesta es otra y el público que va a verla no debe buscar estos elementos. La propuesta se centra principalmente en la presencia de Rocío, Lole, Carina, Sandra, Ana, Sonia y Pilar. Una realidad física que llena de significados cada acción y otorga toda la lectura contemporánea sin mucho más esfuerzo. Es un claro ejemplo de ese otro teatro que es posible gracias a estas iniciativas.