«Amar no es más que las ganas de amar»

Por Elena Viña Quintero

Fotografía de Sergio Parra.
Fotografía de Sergio Parra.

La Historia del Teatro está llena de interpretaciones memorables y seguro que todos tenemos en nuestra memoria un gran número de nombres de actores, actrices y trabajos grabados a fuego. Desde el pasado año una muy sonada gran interpretación es la que realiza Kiti Mánver en Las heridas del viento, obra escrita y dirigida por Juan Carlos Rubio, en la que comparte escena con el actor Dani Muriel.

Las heridas del viento es una obra que ha cosechado grandes éxitos a lo largo de años en lugares como Nueva York, Grecia o Chile, entre otros. Juan Carlos Rubio, además de ser el autor, es quien firma la dirección de este montaje que ahora disfrutamos. Es un texto que nos pone sobre las tablas la verdad de la emoción, lo más oculto del ser humano, las razones ocultas que nos llevan a actuar de una forma u otra y nos descubre lo que todos llevamos dentro. Es imposible no sentirse identificado con ambos personajes según se va desarrollando la obra. Sí, sí, con los dos… porque todos tenemos algo de David y algo de Juan en nosotros.

El planteamiento inicial de Las heridas del viento es sencillo: muere el padre de David (interpretado por Dani Muriel), él es el encargado de ordenar el legado y descubre unas cartas de amor entre sus pertenencias. Kiti Mánver encarna a Juan, el hombre que firma esas cartas. Entonces comienzan el deseo, las ganas y la búsqueda para conocer quién era realmente su padre y por qué mantenía una relación con un hombre.

David quiere saber (¡necesita saber!) quién era el padre al que siempre vio desde la distancia por muy cerca que lo tuviese, quién era el padre al que echó de menos incluso antes de que muriese. Juan no está por la labor de “desnudar” sus razones y su pasado fácilmente. Es un personaje cargado de amargura e ironía por las heridas que la vida le ha causado. Una historia llena de preguntas, de miedos, soledad, esperanzas, esperas y amor del que consume y te deja sin fuerzas.

Sin escenografía casi y con momentos en los que escuchamos las canciones italianas de Mina. Solamente un par de sillas y cuatro focos es lo que encontramos en esta puesta en escena. Pero no hace falta más para que aquello se convierta en un torbellino emocional porque el teatro es tan puro como eso: una emoción traída desde un texto hermoso y la verdad del actor, sin adornos, sin cosas que distraigan.

Fotografía de Sergio Parra.
Fotografía de Sergio Parra.

El Teatro Lope de Vega de Sevilla cayó rendido a los pies de esta producción y se llenó de aplausos y bravos cuando la función llegó a su término, reconociendo así la maravillosa labor actoral y la belleza de un texto bello y directo que nos sacudió hasta doler.

Grande estuvo el actor Dani Muriel en su papel de hijo, a veces adulto y firme, a veces niño a punto de llorar. Nada fácil. Pero ahí estaba acercándonos la humanidad, haciéndose grande junto a la actriz.

Kiti Mánver está soberbia en esa contención de gestos que caracteriza a su personaje Juan. Contención que de pronto nos sorprende llenando cada rincón del teatro y es que ella tiene ese don reservado sólo a unos pocos. Me resulta difícil destacar una sola cosa de la función porque tiene momentos realmente sobrecogedores. Pero algo realmente bello, ritual lleno de poesía, es la transformación de Kiti Mánver de mujer a hombre en el escenario, sin trucos. Frente al público se quita su peluca rubia y las pestañas, se desmaquilla y se reajusta el vestuario para ser Juan. Lo prodigioso está en que los pasos, los gestos, la expresión, sus ojos y su voz dejan de ser los de una mujer. Nos olvidamos completamente de que es una actriz la que encarna a este personaje.

Una obra que recibe el calificativo de joya, unas interpretaciones estremecedoras, con mucha verdad y un final inesperado que nos llega al corazón. Posiblemente me haya quedado muy corta hablando de Las heridas del viento, por eso… para entender por qué me he quedado casi sin palabras, deberían buscarla allá donde esté, verla y poder decir que han sido parte del público al que han mirado a los ojos.