Entre la vida y sus espectros
Por 5 marzo 2014
Es una evidencia que hoy una parte de la narrativa española está abordando cuestiones de actualidad con una gran capacidad de sugerir inquietudes y ansiedades humanas asociadas a un contexto. Algunos ejemplos encomiables en este sentido han sido las últimas novelas de Pablo Gutiérrez e Isaac Rosa, Democracia (Seix Barral, 2012) y La habitación oscura (Seix Barral, 2013) respectivamente. El nuevo libro de Elvira Navarro (Huelva, 1978), La trabajadora (Random House, 2014), es otra muestra de ello.
En el caso de Democracia, Pablo Gutiérrez optaba por la confrontación de su personaje con la pérdida del empleo, hecho que motivaba su desorientación vital hasta perder el rumbo, poniendo en cuestión la fragilidad de un modelo de cohesión social basado en la posibilidad efectiva de trabajo. Por su parte, Isaac Rosa tomaba como motivo la creación de una habitación oscura por parte de un grupo de amigos que con el paso del tiempo registraría el tránsito entre las expectativas y los sueños de juventud, y el desengaño producido por los efectos y la toma de conciencia de una realidad frente a la que mostraron su ceguera. Tanto en el caso de Gutiérrez como en el de Rosa, y este es un rasgo que los aleja de las coordenadas estilísticas habituales de la tradición realista española, aunque desde el punto de vista del contenido se puedan establecer concomitancias, la forma narrativa emerge como uno de los principales valores en ambas novelas que encuentran en su voz y su estructura interna algunas de sus mejores bazas: el solapamiento de diferentes voces narrativas que articulan una visión compleja de los hechos y el contexto subrayando la confusión e incertidumbre en relación a ellos, en el caso de Democracia; y una voz narradora que pivota en la indefinición entre la segunda persona del singular y la primera del plural, que expresa un sentido colectivo del relato donde la memoria y el recuerdo reconstruyen un pasado cuestionando su sentido y en el que se subraya el conflicto generacional, en el de La habitación oscura.
La trabajadora de Elvira Navarro vuelve a ser un ejemplo de esta deriva de la actual narrativa, combinando la aspiración de registrar los convulsos cambios del contexto actual con el prurito de conectar con la forma y la estructura: la arquitectura del propio relato. La historia de La trabajadora es la del encuentro entre dos mujeres, Elisa y Susana de 26 y 44 años respectivamente que comparten piso en Aluche, en la periferia sur de Madrid en algún punto de la segunda década del presente siglo. La vida de ambas mujeres está marcada, en diferentes momentos de sus vidas, por una serie de contradicciones y luchas internas que se manifiestan a través de la enfermedad mental. A un nivel superficial, la desavenencia en la que viven parece estar provocada por el desajuste entre sus horizontes y sus condiciones de vida, y, a un nivel más profundo, por el desacuerdo entre la mente, asociada al raciocinio y la capacidad intelectual para entender su devenir, y el cuerpo, como depositario de una disposición del placer y la experimentación del deseo. La novela lo refleja con una rotunda afirmación desde su comienzo: “Mi deseo se cifraba en que alguien me lamiera el coño con la regla en un día de luna llena” (11), dando inicio al relato de Susana en los años 80, diagnosticada de esquizofrenia y bipolaridad, con algunos brotes psicóticos.
Durante las primeras cuarenta páginas de La trabajadora, la exposición se centra en la historia de esta mujer, Susana, una joven que vive en un piso minúsculo y sin tabiques, en el que hasta el cuarto de baño carece de ellos y la cama se reduce en un colchón en el suelo, con el fin de ahorrar en el alquiler mensual. La actividad que vertebra la vida de esta mujer durante este periodo es el contacto con personas de ambos sexos a través de anuncios por palabras en periódicos, con el objetivo de ver satisfecho el deseo expresado al inicio. En cualquier caso, la extravagancia de Susana no viene tanto por este anhelo, sino por las dificultades de conciliación de su propia vida con la coherencia y honestidad ante sus sentimientos. De esta forma, el personaje de Susana en estas páginas parece tener algo de precursor, recordando en su sentido al Andrés Hurtado de El Árbol de la ciencia de Pío Baroja, ya que su desavenencia en el mundo parece anticipar el de Elisa veinte años más tarde: “¿No te ha ocurrido que ponerle nombre a lo que te está sucediendo es traicionarlo y que, cuando pasan los años, puedes hablar del pasado como si estuviera contenido en una lata de conservas que especificara sus ingredientes?” (32). Será el contacto a través de la experiencia física con dos hombres lo que marque el punto de inflexión y establezca una posible sanación en Susana. Por un lado, con Fabio, joven mexicano homosexual con un aspecto físico que recuerda al enano de Twin Peaks y que logrará en Susana un orgasmo por el cual llegará a la perdida de consciencia y la llevará a interrogarse “sobre la naturaleza de mi propio deseo” (20), evidenciando las contradicciones que sufre. El segundo hombre, Paco, el último que acude a una de sus citas a través de los anuncios en el diario, con el que solo tiene contacto corporal a través de unas caricias ofrecidas a sus manos en un bar y que le revela que “hagas lo que hagas, decide sentirte bien” (32). Al final de su historia, Susana llega a dudar de si aquellos hechos fueron reales o alucinaciones inducidas por la enfermedad pero, fueran una cosa u otra, constataría una naturaleza perecedera frente a la muerte que siempre será inevitable.
La historia de Elisa es la central en la segunda parte y se convertirá en la principal dando cohesión al relato de Susana. Comienza con un artículo suyo publicado en el diario Público que describe su situación: Elisa, licenciada universitaria con máster, pasa de estar contratada como correctora por una empresa editorial a ser colaboradora externa, con contrato de autónomo por lo que verá reducido su sueldo, lo que la obliga a cambiar de residencia: de la céntrica calle madrileña Tirso de Molina a algún lugar al sur más allá de la M-30. Terminará con una reproducción de un fragmento de una sesión con su terapeuta, donde se proclama la autora y responsable del conjunto del texto.
Elisa se verá obligada a alquilar un antiguo vestidor de su piso de Aluche convertido en dormitorio y, aconsejada por su amigo German, comienza a convivir con una Susana ya recuperada veinte años más tarde. La convivencia con Susana pondrá en un brete el proyecto de vida de la más joven. Elisa es una mujer que ha cumplido con todas las exigencias sociales para poder triunfar –educación a diferentes niveles, dedicación y especialización laboral en un sector, capacidad de sacrificio y establecer la dimensión laboral por encima de otras esferas vitales- y que, sin embargo, se encuentra en un situación de constante retroceso y empeoramiento de su vida. Frente a una Susana que trabaja como teleoperadora y que completa su día a día dedicada a aficiones con ínfulas artísticas, Elisa centra su devenir en un empleo cada vez peor pagado, en el que su asueto radica en la práctica del footing como sustitutivo de relaciones sexuales, “yo había dejado de tener relaciones sexuales, así que mis correteos (…) me servían para hacer algo con mi cuerpo” (73), y largos paseos por distintos lugares del barrio en el que vive y sus alrededores, que evidencian su nostalgia, su miedo a una vida que se le escapa y un cada día más imposible camino de retorno. En este relato, el personaje de Elisa deambula por la periferia hasta enloquecer y, mientras lo hace, parece clamar por algo de felicidad de forma constante, planteando el conflicto entre una estructura social en crisis y la necesidad de nuevos cauces y mentalidades con los que apaciguar nuestra existencia: “Agarrarme al pensamiento. Siempre que había estado cerca de quebrarme había buscado una forma lógica de salir. Una forma que el conocimiento asegurara. Como si el conocimiento no fuera una construcción endeble” (86). De esta forma, Elisa se convierte en la expresión de la vida como un espectro, cuestionando las bases de un modelo de existencia y la necesidad de redefinir los parámetros de la misma.
Son muchas las cosas que dejo atrás por los límites del formato en el que escribo sobre este libro. La trabajadora no es una novela fácil, aunque su dificultad no tiene que ver con ambages formales -sí es novedosa su estructura pero está dispuesta en relación a una mayor cohesión y coherencia interna-, ni con complejas tramas. Lo difícil de la novela de Elvira Navarro tiene que ver con la crudeza de la realidad que narra, la sinceridad y la honestidad de la visión que esboza, la constatación de la contradicción y la duda como elementos consustanciales a la fragilidad humana, la puesta en cuestión de prácticas y estructuras sociales que hemos aceptado e integrado a un nivel muy profundo como validas, y de algunas necesidades que cercan nuestra individualidad y amplían la dependencia hacia los otros. No obstante, esa dificultad es su mayor valor y hace que su lectura sea más que necesaria.
[+] Elvira Navarro presentará hoy, día 5 de marzo, su novela «La trabajadora» en la librería Birlibirloque a las 20.00 horas. Estará acompañada de Coradino Vega y Domingo Valenciano Moreno
[+] Fotografías de Random House Mondadori