El licor o el veneno

Por J.M. Campos

Crónica y fotos: Iván Ferreiro en Sevilla

 

[Fotos: Beatriz Hidalgo / Crónica: J.M. Campos]

Leí a un compañero hace ya unos años que el estilo de Iván Ferreiro es algo así como un suave licor (o si se prefiere, un dulce ron caribeño, por aquello de su pasado bucanero) si es administrado en pequeñas dosis, pero puede convertirse en un veneno letal si la ingesta se prolonga en demasía. Aunque probablemente su amplísima cartera de incondicionales pida mi crucifixión anticipada, no pude evitar acordarme de esta afirmación al final de su concierto en Sevilla.

Y es que si hay una señal para medir el impacto del músico gallego en las masas esa es la convergencia en sus conciertos de oyentes de varias generaciones. No sólo continúa atrayendo a nuevos y jóvenes aficionados (con una aceptación destacable entre las féminas -cosa que no es ni buena ni mala, aclaremos-), sino que además mantiene en buena medida los que comenzaron siguiéndole a la par que conquistaba escenarios con Los Piratas. Empresa, esta última, probablemente más complicada.

Iván Ferreiro se presentaba con la melodía de la Metro Goldwyn Mayer en la Sala Custom -que colgó el «no hay billetes»- confesándose un artista de mierda según el título de su último álbum, en el que redefine algunas de sus canciones más destacadas con trazos musicales más delicados.

No obstante, poco tuvo que ver el concierto con el cd+dvd lanzado recientemente (no sólo por la ausencia de amigos como Santi Balmes, Rubén de Pereza o Xoel López -Deluxe-), puesto que en general se trataba de las mismas canciones de siempre, con la apariencia más o menos habitual.

No seré yo quien se atreva a poner en entredicho sus inapelables temazos (especialmente los de Los Piratas) pero dio la sensación de que el concierto se movió siempre en la baldosa de lo previsible. 

Ferreiro, simpático con el público y tan enérgico como le recordábamos en la interpretación, se dejó pocas balas sin disparar provenientes de sus tres discos (más el EP Las siete y media): desde el crudo reflejo de un período decadente en El viaje de Chihiro («…te quiero pero no sé bien por qué…»), hasta el retrato amargo y sincero del amor que se muere de Extrema pobreza, pasando por otras grandes composiciones como Rocco Sigfredi, Canciones para el tiempo y la distancia o N.Y.C.

Sin olvidar la más redonda de todas bajo mi punto de vista: Turnedo. Hermosa, sin estribillo -ni falta que le hace- y asombrosa en cualquiera de sus variantes. Ay, pero sin instrumentos de viento…

No escatimó con los himnos piratas que todos nos sabemos de principio a fin: El equilibrio es imposible, M, Años 80, Promesas que no valen nada o Mi coco, con la que cerró el monojo de clásicos y también su actuación.

Sin embargo, escasearon las sorpresas, los giros de guión, los guiños, las estocadas. Al menos, y tras sondear también 1999 de Love of lesbian y El leñador y la mujer América (que hace poco versionó) de Zahara, lanzó un clavel a los sevillanos Maga interpretando 19.

El público se marchó satisfecho de la Custom porque recibió exactamente lo que esperaba de su artista favorito. Ni más ni menos.