Cuando Malla mató a Coque

Por J.M. Campos

Crónica y fotos: Coque Malla en Nocturama

 Fotos: B. Hidalgo / Crónica: J.M. Campos

A menudo los demás nos ven bajo un prisma que se mantiene inalterable al paso del tiempo. Proyectan una serie de ideas, dibujan una imagen en su cabeza en lugar de apreciar la evolución de la persona a la que miran y escuchan. Coque Malla es un buen ejemplo de ello. Muchos aún le identifican como aquel eterno adolescente, como el chico rebelde sin causa del Adiós papá, el del mágico corto de El columpio o el que enseñaba el culo en El efecto mariposa junto a Ana Barranco. Sin embargo, las canciones de Malla dicen otra cosa muy distinta que puede tocar la fibra del oyente más prejuicioso, como bien demostró este miércoles en Nocturama.

El tipo que un día liderara la banda Los Ronaldos convocó a un número récord en esta edición del ciclo: 1.350 personas en las instalaciones del CAAC según la organización, imaginamos que no sólo para regodearse en directo con la celebre canción del anuncio de Ikea. El grueso del concierto fue una selección de sus dos últimos álbumes en solitario, tan diferentes entre sí, como son el marchoso La hora de los gigantes y el intimista Termonuclear.

Elegantemente vestido y despenaido, Coque abrió la puerta del escenario acompañado únicamente por su acústica y por Nico Nieto. Sin percusión, metales, órgano ni bajo. «Nada malo ocurre si Nico toca la guitarra» aseveró Coque. Y no le faltaba razón. Inició con el tema de apertura de su flamante disco –Despierto– para continuar con La Carta, muestra de esa peculiar forma de narrar que suele practicar, a medio camino entre la canción y el recitado.

Los temas de Malla desprenden a día de hoy un aroma más cercano al vino de crianza que al calimocho, tienen menos acné y más arrugas, y se paladean mejor que se consumen. No es él, soy yo, Termonuclear y Déjate llevar dieron fe de ello.

Despierta, una nana paradójicamente concebida para el efecto contrario al del resto de nanas, se erigió como uno de los momentos más emocionantes de la velada. El madrileño habló a su audiencia de la soledad en el ejercicio de componer. «A veces, componiendo en soledad, piensas en los músicos que tocarán contigo, en sus arreglos. Y en cómo esos arreglos darán sentido a la canción». Y a falta de arreglos, los coros del personal sirvieron de pimienta para que sonara redonda.

Mientras Coque cantaba y a ratos susurraba al micrófono, un niño de unos cinco años jugaba, bailaba y se revolcaba en libertad por el césped del monasterio. Tal vez un día recuerde ese momento y tome de la estantería un cd del ídolo de sus padres, si es que  el compacto no ha sido devorado por el paso del tiempo.

Malla dirigió su particular homenaje al grupo Las ruedas, conjunto contemporáneo a Los Ronaldos y casi primos hermanos, con Rosa’s motel. Pasado el momento de las reivindicaciones noventeras, llegó La hora de los gigantes con Berlín, Cuídate y Hace tiempo. «Ella asoma y me despide pero yo no reconozco su vestido, tiene cara de cansada y su mirada me provoca escalofríos…».

Para terminar con las especulaciones, el artista dio paso a los primeros acordes de No puedo vivir sin ti, una canción con la suerte y la desgracia de convertirse en un éxito a través de un anuncio. En esencia, una bella composición destrozada a golpe de televisión. Dejó salir al fin a su yo más rockero con Abróchate y She’s my baby antes de anunciar su regreso a Sevilla en noviembre para tocar en la Sala Malandar. «Cuando voy a un sitio nunca sé cuándo coño voy a volver. Hoy sí».

Coque pronosticaba el cierre de la actuación con Hasta el final, pero luego le pilló gustito al territorio hispalense. De modo que trazó tres bises para culminar el cuadro termonuclear: El barco, Lo intenta y Una moneda, que recordó al gran Quique González.

Y con los brazos abiertos, señalando reiteradamente a su compañero de ceremonias, se marchó del escenario aquel chico que un día dejó de serlo. ¿Quién se atreve a culparle?

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[Te dejamos con el videoclip de Lo intenta]