Trisfe, McEnroe y Soledad Vélez, la crónica
Por 12 abril 2011
Diego Vicente Roncel / Sólo pido un momento. De cada concierto, de cada día, de cada año pasado, por insignificante que sea, sólo cabe esperar un momento que puedas recordar el resto de tu vida. Todos sabemos que un momento quizá sea demasiado pedir. Sello Salvaje cumple su primer año de vida y lo ha celebrado con una gira andaluza que el pasado viernes 8 de Abril tuvo su cita sevillana en la Sala Malandar. Si tienen un momento permítanme que les cuente lo que sucedió allí. Soledad Vélez está sentada en el borde del escenario. Va vestida de oscuro, igual que su guitarra acústica, que ahora descansa muda en el escenario. Antes de la última canción de su concierto, ‘Josephine’, se hace un extraño silencio…
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Soledad nació en Chile y vive en Valencia, ha recorrido medio mundo de ida y medio de vuelta para estar aquí esta noche. Es contagiosamente tímida, tiene un acento raro, dicen que su estilo es el weird-folk pero ella dice que sólo hace canciones. Se autoeditó un EP (Four Reasons To Sing, 2010) y hace unas semanas ha grabado con Raúl Pérez en La Mina los temas de otro EP que Sello Salvaje editará en formato 7’’.
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Vélez tiene la voz profunda, gutural, a medio camino entre los pozos de alquitrán de Micah P. Hinson y los senderos sinuosos de Dusty Springfield, lo hemos comprobado en ‘Animals’ y en ‘I’ve Been Gone So Long’. En algunos temas del concierto ha introducido efectos de pedal, grabando su voz en loops y reproduciéndola secuenciada. Ha utilizado un vaso de cristal a modo de sordina. Regresamos a ‘Josephine’, que está a punto de comenzar.
La voz de Soledad, como su rostro, no necesita ningún maquillaje y prescinde del micrófono. Tiene un pequeño ukelele entre las manos, sólo son cuatro cuerdas, pero le bastan para llegar al otro lado del Atlántico, donde vive su hermana Josephine, a la que hace tres años que no ve. Dice Soledad que si coreamos con fuerza el nombre de su hermana la sentirá más cerca. La canción no es alegre pero acompañada con el ukelele suena aún más triste. Se ha creado una curiosa intimidad entre el público y la cantautora. Tengo la sensación de que Soledad ya no nos ve, es como si cantara sola en su habitación, sentada a los pies de la cama, para su hermana Josephine.
Con voz ronca y tristísima Ricardo Lezón, presencia discreta al frente de McEnroe, canta: «…moriría por ti, como mueren los valientes». Es la séptima canción del repertorio del grupo de Getxo para esta noche y la más esperada. Habían comenzado hablando de heridas y de mercrominas con ‘Al Sur De Mi Vida’. Destilan las notas que mimbran cada una de sus canciones, sin saturar los planos instrumentales, dejando las canciones respirar.
Vienen de tierra de vinos. Las letras hacen excursiones en la épica de la adolescencia, cuyas reglas son inservibles en el mundo adulto, como espadas de madera. La guitarra solista suena limpia y brillante, como monedas de plata. La emoción se conserva detrás de las letras y de los acordes, a salvo de todo en un lugar recóndito, como en la playa de ‘Mundaka’, que da título a una nueva canción que han presentado en directo hace unos instantes. Sorprende que muchos no conozcan a McEnroe. ‘Los Veranos’ o ‘Cuando Suene This Night’ han ido silenciando los murmullos del público, cada vez más expectante. Se despiden con la emocionante ‘Tormentas’, ellos proponen canciones sin efectismos, sólo música y letras, como los valientes.
El líder de Trisfe, Joaquín León, hijo pródigo del post-rock sevillano, está parapetado detrás de un Macintosh con la sonrisa herida. En esa pequeña caja de pandora guarda las bases tempestuosas de las canciones del grupo. En este momento se reproduce a modo de onírico telón de fondo el archiconocido chiste de Paco Gandía, el arquitecto de las historias verídicas. Irónicamente, la voz enlatada del humorista que da título a la canción nos resulta demoledora porque sabemos que está muerto. Para entonces Trisfe ya había interpretado lo mejor de su nuevo disco ‘Quema Cosas’ (Sello Salvaje, 2010).
El desasosiego y el cieno de ‘Lago Negro, Lago Blanco’, las interferencias y los grillos electrónicos de ‘Ohio’, el insomnio y el deseo conjugados en ‘Lo Necesitaba’. Había habido tiempo también para que Joaquín rompiera por primera vez una cuerda de una guitarra en directo. –Es la primera vez que me pasa- la eterna excusa. Y en el impás, Alberto Almenara, Cristian Bohórquez y Eduardo Escobar acuden al quite para despertar al dinosaurio dormido de los HAG, y en una auto-regresión interpretaron ‘Arde’, que sonó tremenda y furiosa. Trisfe se disloca en sus desarrollos, con la espesura de los hermanos de Tannhäuser o la vertiente electrónica de los últimos Mogwai.
Joaquín nos había contado que la noche anterior en Córdoba, después del concierto, le habían robado el Mac. Con una mueca de desprecio le había dedicado un tema explícitamente al hijo de la gran puta que tuviera en esos momentos su ordenador que, para mayor infortunio, contenía todas las bases de las canciones que interpretan en directo. Por eso, en cierto modo, era un concierto de emergencia. Pero, ¿es que Trisfe no es un grupo perfecto para una emergencia? Podrían ponerle banda sonora a una evacuación masiva sin que cundiera el pánico. Y volvemos a la canción de Paco Gandía, el concierto está a punto de terminar, el bajo cincelador perfora la melodía, todo sumido en ruido proverbial, siempre en la búsqueda de un anticlímax perfecto, y la voz de Paco Gandía, que en paz descanse, se mezcla con el ruido, los instrumentos se silencian y si escuchas con un poco de atención, escucha, ya sólo queda el ruido.