Crónica y fotos: Javier Krahe en Malandar
Por 22 enero 2011
[Crónica: Iñaki Calvo // Fotos: J.M. Campos]
Era una de las noches más frías de lo que va de siglo, y al caer la hora fijada para el concierto, mis piernas trepaban por una avenida Torneo desparramada a los pies de una gran luna desnuda. El día izó sus velas a las 7:00, continuó con una tarde en la que cinco horas intentando resolver acertijos absurdos me habían atormentado, pero todo pasó. Las estrellas pairaban, la calle se hacía más corta y con un trago en la mano llegaba a la sala Malandar, sitiada por unas trescientas personas ávidas de devorar un buen concierto. Alguien dijo que el estilo es más importante que la verdad, que muchos cantan la verdad, pero sin estilo nadie los oye. Pues todos los allí presentes nos disponíamos a oír, sin reservas, a un hombre con mucho estilo que lanza sus verdades entornadas en melodías, y ese no era otro que Javier Krahe.
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Las puertas se abrieron, la sala fue invadida en pocos minutos, pero Krahe se hacía de rogar. Mientras esperaban, fueron varios los que desfilaron hacia la calle para fumar y llevarse un bofetón invernal. Al fin, se abrió el camerino, salieron los músicos y tras un breve saludo comenzaron su andadura con un largo y maravilloso viaje cantando ‘Como Ulises’. En la época de Ulises los templos griegos estaban gobernados por dos frases, la primera rezaba lo siguiente: Conócete a ti mismo, lema que daba nombre a la siguiente canción, y la segunda decía lo siguiente: Nada de más. Y así ocurría, un contrabajo, una guitarra y la voz en canción de Krahe daban vida a los pensamientos desnudos del cantautor, sin grandes florituras ni ningún adorno superfluo, tal como son.
Desde el costado de la sala se alcanzaba a ver el perfil del cantante, luciérnagas de color púrpura en el techo y un poco más abajo el público que escuchaba embelesado, con tranquilidad y admiración. Arrancaba ‘En la costa suiza’ llenando la sala de una especie de nostalgia no vivida. La historia de aquel viejo, sus fantasías utópicas y su romanticismo casi extinto se dejaban ver en muchas caras, en todas las que acompañaron los últimos compases con gruesos aplausos.
La barra me pillaba cerca y tras pedir otra ginebra comenzó un cómico rock and roll, ‘Eros y civilización’, expectación en el ambiente, y carcajadas que levantaban el polvo. Krahe gesticulaba mientras el contrabajo y la guitarra empujaban con fuerza en cada nota. Una gran risotada final y por supuesto, tuve que soltar el vaso para aplaudir. Continuó el espectáculo con el protagonista, entre dialogo y dialogo consigo mismo, tendiendo la mano al público y recordando ‘Las Musarañas’, ‘La osa mayor’ e incluso el histórico ‘Dos de Mayo’.
Y puestos a recordar, se dio un paseo por sus memorias presentado con gran maestría los que fuesen sus cien amores, deleitando de esta manera a los asistentes con ‘Abajo el alzheimer’. Canción que pareció despertar en él el pequeño virus del olvido y tras algún lapsus, que pasó desapercibido, ya que fue salvado con indudable serenidad y tronío, llegó a ofrecer un brindis de su mejor chianti con Piero della Francesca, sin embargo, el cantante se atragantó con las pirámides.
El público intentó ayudarle pero nadie acertaba en el centro de la diana. El momento de incertidumbre terminó en buen puerto, así como la canción y Krahe lo encajó con naturalidad y gran humor. Poco antes había cantado el ‘Vals del perdón’, que no dio lugar a muchas sonrisas, pero sí a que las luciérnagas brillaran más que nunca. Mientras, tras el escenario, en una pared verde de luz y mar, la sombra de Fernando Anguita abrazado a su contrabajo bailaba el vals lentamente y gobernaba la sala a la vez que la voz melosa y grave de Krahe llevaba de la mano a todo el público. Y un dos tres, un dos tres… y perdonado de cualquier cosa.
Se acercaba el final de mi tercer vaso y Krahe encaró el último tercio con ‘Ron de caña’. El concierto llegaba a su ocaso, en el gentío muchos labios mudos figuraban las peripecias del autor y nadie fingía su júbilo.
Sigue girando la noria y el tiempo no pasa en balde para nadie, pero anoche Javier Krahe y sus músicos dieron buena cuenta de sus talentos. Siguen haciendo el amor a aquellos oídos despegados que buscan un descanso, un pequeño oasis en el camino.